Descubrir
un túnel, ferrocarril subterráneo hacia otra
zona
liberada; pues la conciencia continúa su periplo urgente,
sin
interrupciones ni tiempos
muertos.
El
poema (¡quién sabe!) lo va diciendo, anda diciéndolo por la calle ancha,
subido
al carromato de los enfermos, en la cola del pan,
está en
la puerta del hospital gritando un nombre que no existe.
Porque
nadie lo intuye, nadie tiene ese momento de lucidez y angustia; ese
movimiento
de la sangre aterrorizada que corre y se detiene,
remisa como
una respiración intolerable.
El
cielo ha vuelto a liderar una revolución; ha sido mirarlo y desatarse. Ella ha
iniciado lentamente
el escarceo,
la levedad del cuello ha concretado su ápice, unos ojos han retirado su velo y
la idea
se ha
abierto paso a borbotones. Su belleza ha provocado el seísmo, la reencarnación
de la verdad;
y hasta
los besos parecían traducibles, legibles entre tanta poesía, alcanzaban
potestad y régimen,
mostraban
su intolerancia a la desilusión como dando un paseo por el parque debajo de
casa.
Cómplices
de la pureza, los árboles controlan una extensión viable de césped o
inabarcable de Hierba
(que
también vierte su voz histórica). Desde el sueño, Jordan atiende a sus héroes
odiosos
y no es
que no la atrapen, no es que no le agrade la pulcra cadencia de las bases, aunque
prefiera un cuerpo a cuerpo
sin
alma que ocultar.
Incluso
el Ángel (Destiny) ha sido invitada a la consternación del paisaje; y no hay
ocaso que lo ensucie,
ni
frágil textura del espacio que no prevea una solución de compromiso. Cruza las
manos, no en oración,
sino en
signo y protocolo innatos, certeros e inasumibles, nada humanos; pero
sus
dedos anulares, sus pulgares, sus corazones sin corazón, sus dedos pequeños y
regulares que invaden la noche
de
estrellas sin comienzo, que se recuperan después de la batalla y giran
siguiendo un algoritmo de mediocridad o un número
bajo,
que contradicen el principio y hablan de la sociedad de las galaxias, una
multitud de planetas
habituales,
todos repletos de habitaciones de hotel.
Chirría
el universo entre la diáspora: Star Trek tiene razón; no solo existe una Vía
Láctea,
sino
muchas, cada una con su épica grupal, sus enésimos soles moribundos, su singularidad
involuntaria.
Frente
al espejo, la lucidez es un párrafo inexacto, la mirada, un tránsito,
un
gambito de dama. El tiempo permanece y es lo justo, es un complemento acaso innegociable.
Destiny
escucha el mudo crepitar del fuego y olvida para siempre que es un ángel, que
la vida
consiste
en apagarse y despertar sin miedo.
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