jueves, 4 de diciembre de 2014

¡al amor!


¡Al Amor! ¡Al Amor! Corre la policía uniformada, depredadores sobre una presa azul.
Siempre se encuentran agentes de servicio para una ocasión comprometida. El beso prohibido ha sido
poetizado a la fuerza, regalado por una muchacha también azul. Se ha escuchado su nombre: K.

Es tan romántico el verbo como una página abierta de las escrituras. Comienza con una caricia fingida
pensada para hacer bulto en la memoria. Todo sucede repentinamente, hasta la hora de comer,
hasta las palabras en la punta de la lengua. Las canciones aguardan su turno dentro del silencio en fila india,
una detrás de la otra ensayando pasos de gigante, haciendo gárgaras con agua de fuego.

K recita el verso sin haberse estudiado la lección, la palabra surge de su boca casi estática y sobresaliente
como una ronda nocturna, con esa misma clase de eficiencia que no se deja nada en el tintero. Ella a la guitarra
y al balcón, con el micro y el espejo, el peine entre sus manos, frío en los labios. Tantas voces y ninguna. La noche
especula con la tranquilidad y el sueño. Los soñadores solo confían en su oscuro trance, antesala del cielo;
el dulce sueño equivale a la vida -nada común-, supera los conflictos porque en sueños siempre se muere de una vez.

Al decir la verdad, K se granjea algunos archienemigos poderosos. El magnate contamina el espacio
con su aliento capital, la chimenea de la factoría o el pozo de petróleo, todo lo pone perdido de dinero negro.
Pero los inspectores certifican cuentas claras en el paraíso como fiscalizan el gasto sanitario. Es preciso revolucionar
el gasto sanitario, ya se ve.

Ahora: ella socializa sus beneficios. Hace tabla rasa de su amor. Reparte amor por el mercado de futuros,
es un amor global, tan ideal. Los chicos que esperaban el hit por el momento siguen encantados en el parque.
La música retuerce su divino escalofrío para proporcionar el aura a los creyentes, esta pluma de Vurt, el humo del hachís
que reina en la garganta y sube por la médula, hasta el fondo.

Fuera del pozo, cualquiera puede cometer su primer crimen, ser capturado y estrenar un episodio naranja en su existencia;
en su interior, la gente hace horas extra y dice sí señora y sí señor, y las cosas funcionan,
producen plusvalías harto positivas que compiten en la arena como gladiadores comerciales.

Ni una palabra de amor, nada sobre el amor que rinde corazones, nada sobre sus besos capaces de sanar
una herida profunda. La economía absorbe la potencia de uno, la coloca en el estante y juega al tiro al blanco con su sombra.

A decir verdad, ella solo interviene cuando no hay más remedio y la situación ha rebasado con creces el Rubicón del agobio.
Entonces, dibuja un tornado y lo surfea con dedicación y ritmo, pronuncia un labio y el rojo desborda las previsiones
de los más optimistas entre los misántropos. Su nombre asciende hasta el gran anuncio luminoso que ocupa la fachada,
gana relieve (su retrato es un trabajo tan honesto que es preferible no mirarla directamente a los ojos).

K toma ventaja porque ama y guarda un beso para cada frente,
para cada niña sin regalo de cumpleaños, para todas las frentes que han perdido en el tiempo su bendita tristeza.




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