Las bases actúan en comando, despliegan su cordura,
cambian violines por percusión selecta.
Todo a la vez como en la mejor versión de la calle. En la
calle los niños se apresuran,
tienen prisa por llegar a sus casas vacías. Sus hermanos
mayores han aprendido a rapear a oscuras, por lo bajo,
a tenerse por alguien que representa un modo de
desaparecer.
La noche se modera, tira de la manga del campo, escupe a
la luna grande con mal genio.
La noche siempre está despatarrada como una puta barata,
abierta de piernas para los más rápidos. En su vientre
se cuecen las últimas palabras, sobre todo, el silencio,
que es una fuente de expresión. En el más fantástico silencio,
se cuecen los atracos a las tantas, los butrones
apátridas, los encontronazos decisivos. Los chicos se modulan
porque el alcohol hace estragos, la noche se modera y la
policía se comporta como suele.
El rap es una religión y Nas es su profeta. Que lo sepan.
Vienen las chicas. Viene Rapsody, Nitty Scott, y viene Keny Arkana
con su pañuelo africano (Azealia se aguanta las ganas de
soñar). Y eso es todo. El rap se te presenta
y te maldice, es un fantasma elegante que hace un ruido
deforme. La gente tiene miedo del hip-hop y sus atribuciones,
teme a la gente que rodea la música, la que baila sin
cesar con sus gorras de béisbol y su estrépito.
La cultura ha hecho un hueco a este modelo, esta materia
y el amor ha hecho un hueco a este deseo, esta nostalgia.
Cómo se reproduce entre metáforas armadas a trompazos,
sin mesura, sin rabia pero con algo de humor.
Es una asignatura natural, está en la neura, está en el
sueño que se imparte en los colegios,
en la murga de los borrachos al alba y en la universidad
de los borrachos de después de comer.
Toca solucionar uno u otro dislate. Acabar con los poetas
actuales, ponerles trampas
en las letras y en sus sílabas tónicas, daltónicas y en
sus cláusulas de privacidad, sus contratos temporales con la mafia.
Hay contratos vigentes con la magia que se gastan los
poetas que sudan lo suyo
y no se desaniman. Los que escuchan a Nas y Damian Marley
y respetan las reglas de la historia. ¡Honor y Gloria
a los poetas más desconocidos! Los que abortan
operaciones de asalto y fracasan a las tres de la mañana
de un día cualquiera que, por supuesto, siempre fue ayer.
Toca parque. Las chicas endulzadas de siluetas heroicas,
ellas que nunca han dicho una mentira
ni conocen la envidia. El baile se provoca, la ruina está
en el aire desamortizando escenas. Por la escena del barrio
pasan los autores sin nómina de artista, los predicadores
apropiados, rapsodas con una sola nota en el bolsillo,
sin dinero ni urgencias. Todos brotan de la ausencia más
intensa y desigual, rosas pérfidas y audaces,
a flor de olvido. Amanece y la culpa se reparte por los
callejones; cesa el rap
como una religión que ha cumplido ya con sus preceptos.
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