Por el parque y su sendero pertinaz. Las piedrecillas:
alguna que acabará metida en el zapato (INRI).
El pelo afro: no. Suelto: no. El pelo a su tragedia,
recogido, invisible, a su tragedia íntima, la de tantos
que no lo ven caer sobre sus hombros. Ni la luna desciende
sobre las copas de los árboles,
(y es que no hay nadie, es un lugar peligroso). El parque
siempre al sol del mediodía, un atardecer,
como mucho un incendio. Ella aparece, clara visión;
parece levitar, caminar por el aire que se riza.
Cuando no está, la vida se hace gris y el anciano no
logra conciliar el sueño, los niños
juegan sin arte, se entristecen las madres.
Como el mundo es un parque y siempre son las doce después
del desayuno. Todas las damas
y ella que viste a su manera radical, hermosa hasta la
esencia. Las damas con sus joyas y sombrillas
y sus vestidos largos, sus tocados, sonsacadas de una
página en sepia,
revistas atrasadas del día de mañana. A la sombra, un sol
profundo para la chica sin nombre,
un sol entrometido para K.
Oh, esta injusticia romántica de pasear sin alma por un
verso tenebroso; humo decadente, cambios de siglo
y humo, una concentración fantasmagórica, espíritus y más
espíritus consagrados a la misma ausencia;
hipnosis para salir del trance inducido por la poesía del
año mil ochocientos veinte, cosecha revolucionaria.
Pelusas y verdor oblicuo, tapiz de hojas color tierra,
tierra que anhela el infinito azul que sobrevuela su cuerpo
o la risa del mar. Por el camino, el llanto de las zanjas
que merecen rosales, la lluvia que insinúa
un brazo silencioso. Ha empezado a llover y K revisa su
ironía, anda descalza, ni pizca de amargura,
ni pizca de desánimo, animada del soplo generoso semejante
al escrúpulo de un dios; tímida ante la naturaleza.
El sueño no permite otro avance, impide la carrera con
mil audaces obstáculos
que existen a su antojo. La primavera sueña, pero el
invierno pasa la noche en vela contando sus cadáveres.
Se produce en el parque una contradicción entre la melancolía
y el azar. Hay que oír a la bestia que difunde
su barbarie como un truco de escapismo barato: ahora es
el agente de bolsa
que se confunde con la hierba mientras acecha un negocio
redondo, ahora el sucio animal sediento de venganza.
La chica más hermosa, la princesa del cuento y el amor
revela sus andanzas, su itinerario público
que va dejando un rastro por la nieve, huellas en la
escarcha, su aroma francés, la dulzura infinita de su lengua
que remacha los verbos y enfría las palabras para que no
le quemen en la boca. K frente al museo,
junto al templete que acoge la orquesta y el coro,
sentada en la terraza del café fumando un cigarrillo
sin filtro, emblema de su juventud ajetreada. Dicen sus
labios, chilla el carmín como una rosa enferma
de despecho. Es un alma que camina y no se aparta del
viento,
que mira al cielo como si fuese la hermana de alguien que
no está, la novia de alguien que ha soñado besarla.
El bosque y su capacidad de movimiento, ente que absorbe
la teatralidad del mundo; área que se extiende
por el mantel rosado del monte, la que asciende sin
cansancio ni cuerdas, vuela en el trino de un solo jilguero.
Todo para ella y su elevado suspiro, para su rostro
incandescente y su belleza tan cierta
como el vigor oscuro de las horas felices. Keny por la
calle sin nombre donde se consuman los prodigios
y las sombras ensayan sus miradas perdidas.
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