En toda primavera hay una sinrazón, en cada sonrisa late
una mueca de espanto. Así son las personas
que suben en el ascensor, escuchan una música falsa y no
leen la prensa.
Como de costumbre... se trata del parque. Una chica en aquel
banco que podría ser K si llevase un pañuelo en la cabeza.
No lo es. Pero, esperen... Que ahora se lo pone. Es K,
que tararea y hojea:
Resplandece. Que tararea uno de sus grandes éxitos y
hojea un fanzine, las viñetas adultas y apretadas.
Los cielos acuerdan un traslado de luz: hacia arriba.
Dentro del frío hace buen tiempo y las palomas se acuestan,
las flores robustecen su aurora. Otra mañana de regalar
belleza, asomarse al balcón del precipicio
donde solo la oscuridad reblandece la angustia. Decir que
no. Ella ha dicho que no
y la detonación se ha escuchado en el mundo: su boca
retornaba al pasado, canturreaba un hit de los noventa,
cuando la televisión ha mostrado sus fauces de audiencia,
bélica, ha designado a los artistas.
Ahora las pantallas líquidas abundan en el parque y en
ellas
gorjean los pajarillos mansos, héroes del manto vegetal.
Llegan las colegialas con sus auriculares,
instalando memoria en las retinas, imágenes aisladas de
libertad. K observa algún paisaje moderno, registra
sus coordenadas y dibuja mentalmente su continuación en
el espacio y el tiempo, pone música al instante
de la creación. Su novela es un vínculo que la aparta del
resto de la prosa,
es un verso enmarañado que ofrece recompensa: la
propiedad del pensamiento. Está leyendo a Pynchon en el límite
y los cables pelados tintinean como serpientes de un solo
uso, la intranet profunda augura
un periplo interesante entre anuncios pasados de moda y
personajes siniestros
que cuchichean su acento moscovita.
Tal día como hoy el planeta puede considerarse un cuerpo
extraño, o quizá solo sea el vecindario,
solo el parque y sus inmediaciones. Un lugar sorprendente
de gira por el país con sus rulottes y su material de desecho,
sus toldos, mesas y sillas plegables, vasos de plástico
para el alcohol. El cielo es de un azul extrañamente azul,
casi suicida, los pasos tabletean como ametralladoras y
el aliento se extiende paralelo al zócalo del aire;
la gente va a lo suyo: consultando sus tablets. Pero el
ambiente ha sufrido una metamorfosis,
una monstruosidad se ha abierto camino.
K ve pasar un balón a su lado aunque no se encuentran
niños a la vista, el balón no se detiene y cae al estanque
por inercia. Algo nada habitual. Vuelve la música y el
poema va escribiéndose sobre el terreno,
brilla con ansiedad cósmica, anula sensaciones en vez de
provocarlas, deshabita. Ella experimenta una regresión
y vuela alto, lejos, hasta una edad indeterminada de
calcetines cortos y postillas; comprende alguna estrofa incomprensible.
Los pájaros aletean áureos. Todo radia su efervescente
pudor, este rumbo alien de la inocencia
que lleva la contraria e infecta el lenguaje, distorsiona
sombras de dimensión artística. Las palabras de amor, aman,
el silencio es una condición enorme. Los lirios ya se han
ido, pero la hierba permanece intacta
tras el cristal.
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