Esta es una historia de otro mundo, la
historia del amor
(desde el primer amor). Crónica del
cine mudo, muda como un poema incómodo, exenta como un libro prohibido.
La historia cuenta con su propio
idioma francés y su debacle. Se produce en lugares
anónimos, donde menos pudiera
esperarse floreciese la chispa deportiva
del deseo, ese ingenio mental (jamás en
una biblioteca: la gran literatura duerme fuera de casa).
El amor era un tomo escrito en una
especie de francés luminoso y cordial,
no romántico. Vagaba
desnudo por callejones árabes y
quintas avenidas, fulguraba sus brodways y seguía sus ways con indolencia
y motivo, estampaba su huella en el
cemento arcaico del paseo
como si fuese una estrella de
relumbrón y cierre. Modificado en una escuela de tuneo por gente dispar,
también modificada -no genéticamente-
en sus convicciones y su aspecto,
el amor era un cambio y se echaba a
llorar, era cambiar de ropa o de zapatos y echarse a llorar
por los renglones. No existía una
frecuencia real para comunicarse. Nadie sospechaba por los anaqueles,
informaba sobre las estanterías
únicas, tan divisibles, copadas por títulos
sedantes, novelas de un redondo y una
violencia formales excesivos.
Ella caminaba, flotaba (―sé ingrávida)
por el pasillo empolvado de lágrimas,
hojeaba un volumen estrecho
no voluminoso, poco planetario,
satelital, y sus ojos divagaban por las páginas encintas maravillosamente
gruesas,
reacias al abatimiento del marcador, a
la afanosa mancha alimenticia. Cuesta imaginársela
-ser imaginal- ingrávida, personaje
histórico fuera de fecha y frase, calumniado por el tiempo.
Mejor descalza, algo divina, algo
dolorosa, bien que bienaventurada; durmiendo en un cajero automático
o una cabaña del parque. Como mandan
los cánones.
Cuesta enroscar la redondez de autor,
la obra maquiavélica, el resultado comúnmente aceptable
por la dilecta crítica y sus
profundidades. Este amor se vuelve escurridizo como un sapo principesco,
se arrellana en un fondo cualquiera
para que le saquen los colores. La historia
aturde, cuando hay luz porque hay luz,
cuando no, porque hay luz. Es una fábula sin zonas muertas;
la sombra falta a clase, es marginada
del abrazo interior,
se le cortan las manos sucedáneas, se
le aplastan para evitarle malos pensamientos.
Los nombres del amor eran tres
principales: Rama, Rosario y ¿quién?. Mas luego no eran ellas
la que hablaban en francés con los
poemas, las que depositaban sus rosas en la tierra antes de nacer.
Alguien con un pañuelo en la cabeza
cantaba sola anticipando el baile, se dedicaba
a construir espejos en forma de latido,
a sepultar palacios bajo el paño de la noche. Y su nombre era un verso
permanente,
largo como un excelso Browning, anular
como todos los exilios. Su nombre se volcaba
sobre el aire, edificaba el aire con
un movimiento plástico de su índice demoledor.
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