¿Qué filosofía? El rendimiento. El
trabajo es un martirio, un martillo
sin hoz. La voz de los estadios
enmudece, se difumina el cielo. Esta virtud es un trance
que ya no da de sí. Aun duele el
recuerdo de otras vidas, otros mortíferos campos
al lado del río. Los ríos que también han
pasado a mejor vida, no retienen el flow. En el espacio
crecen margaritas ful, una clase
industrial de matorrales cuyo aroma es del aire. Todo inflamado hasta la
náusea,
un incendio común: Montana en llamas
para Ford o el escapismo en la literatura.
Se supone una chica real: año mil
novecientos treinta y tres. Antes de casi todo. Algo a punto de ocurrir, un
billete
a California. La responsabilidad
haciendo de las suyas. El despiste definitivo. Se supone
una chica irreal: año dos mil quince.
La épica ha derrotado al sueño del arte. La ética se aburre.
Un conocimiento imperfecto de las
cosas nuevas que parece sin embargo suficiente. Los coches
corren más, las personas hablan menos;
un manifiesto orgasmo lidera las encuestas,
se derrite como un helado de café.
Los panfletos han erosionado la forma
literaria. La novela profundiza por imperativo legal. La profundidad
es un absurdo lleno de des, cuando lo
único realmente intenso es la aflicción e invocar al llanto se revela
la mejor, la única representación
moral. Proclamar el llanto significa decir la verdad, aunque no se llore en
público,
no se llore por las esquinas ni se solloce
un poco para destacar entre la fauna retórica. ¡Oh, si hay que sufrir!
hay que sufrir. Están hartos los niños
de sus juegos adultos casi profesionales, tanta escuela
y tan escasa ficción. Los libros
merecen un escondite más alto, el estante superior.
El frío es un renegado crudo. Se
trabaja al sol, también con cero grados, en la calle: afuera. Y las afueras
siempre fueron problemáticas. Fuera
del Partido, fuera de la ley. Algunos matizaban sus conductas,
abrazaron un alma condensada que no
era el alma del pueblo. El trabajo es un martillo sobre el cuerpo de la clase
obrera.
Al pobre es necesario mantenerlo vivo,
que haga sus dibujos en el aire. Siempre habrá una oración por Katerina,
y los niños jugarán sobre las placas
arrancadas de las calles de Berlín; volverá la sangre
a secar la frente de los trabajadores.
Y el mundo seguirá girando detrás de las montañas. Siempre habrá una piel
para sentir los besos del destino, una
rosa mecánica para restaurar el orden deprimente de las alambradas
y disfrutar de aquellos libros
innecesarios.
Esta verdad presenta un diseño
desafortunado, parte de una imagen demasiado nerviosa,
inconcreta, se dobla demasiado deprisa,
no reproduce un llanto convincente ni sale en defensa
del amor como le corresponde. La
verdad es perjudicial y solo comparece en un mundo de sombras, entre sombras
y cadáveres bellos como estatuas de
poder. Es un placer observar la decadencia
del espíritu, vaticinar el resto de
una vida. Hay que morir con una lágrima en los labios, lejos del agua
que agita el pensamiento, de la tierra
misma que se desmenuza con los dedos, sobre un lugar más alto, con la gravedad
de las palabras sumándose a un
concierto deshilachado y triste.
Fuera de sitio y con el miedo en los
talones.
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