lunes, 22 de junio de 2015

algo que recordar


Pasaban por la calle los chicos mal vestidos, todos emigrantes, sin una triste insignia que echarse
a la solapa, sin bandera. La piel acariciaba el sol, y no al revés. Los ojos no miraban, eran vistos desde una fosa
situada en la altura. Dios había cavado una fosa grande para todos los cuerpos, la había llamado infierno.
En la distancia, el infierno era una pradera o era una montaña y había casitas blancas con tejados de hierba;
la misma historia en planetas semejantes, las persecuciones, los átomos tan parecidos como gotas de agua
o gotas de sudor, el trabajo. En cualquier sitio el trabajo dignificaba el ambiente con su estruendo productivo
y su esclavitud, su economía sumergida y su almacenamiento. En tantos mundos los almacenes guardaban
la semilla de la violencia, mucha comida para los obreros y sus escuálidas familias, para los animales de carga
cargados de razones. Dios había inventado un arma nuclear portátil que podía llevarse como un colt cuarenta y cinco.
Dios había inventado la policía con sus uniformes de almirante, gorras de plato, silbatos y defensas extensibles
y sus pistolas eléctricas: un romántico a la antigua.

Árboles idénticos, hachas idénticas, manos encallecidas. La voz entresacando lágrimas de la madera, la voz
en una sola dirección: hacia el futuro. Pensamientos útiles en la maraña de la decepción, destacadas ideas,
imágenes potentes en los escaparates, vidas ejemplares a la vista del público. Músculos depravados haciendo abdominales
sucias en el estercolero del pabellón grasiento, en una sauna fornicada; santos mendicantes cometiendo milagros
por desdén. El trapecista desnudo contorsionándose en una media vuelta con la botella en la mano, sus hijos
en la calle atreviéndose a cruzar por el lado peligroso, (a estas horas) y sin desayunar.

A tiros, los asesinos y sus gangs; balas perdidas poniéndolo todo perdido de sangre. Una ronda de hip-hop
que paga la miseria, un batido de tiempo. Esto es un presente sin pasado que llevarse la boca, un pasado en extracto,
en tierras de exilio, mortificado. Los padres eran malos padres, trabajaban de sol a sol, apenas recordaban el vacío,
un pequeño universo vacío de significado, un placer inclasificable, las malas lenguas y la ferocidad de los tenderos.
Drogarse era, en cualquier punto del mapa, la solución dorada, la droga era el maná que caía del espejo
como lluvia sobre un campo de arena, modificaba de un salto la realidad para hacerla más introvertida o asequible,
más inhóspita para la monstruosidad. Los capataces siempre detestaban la droga que consumían los otros,
pero aceptaban de buen grado la materia gris del hacendado. Ah, y los pobres manejaban el mejor chocolate
del cúmulo estelar, el polvo más mediático de efecto inmediato. La heroína más valiente de la ciudad sumergida.

Dios había creado la muerte en un momento crítico y ahora se moría bajo su influjo perverso. Era extraño morir después
del cataclismo y la resurrección, después de haber instalado el programa y haber pulsado el botón rojo
del apocalipsis. Tras ver morir a billones de seres espectaculares.

Por todo el cosmos, los chicos vacilaban con el dueño del bar, que extendía sus tentáculos, se deshacía en aspavientos
tímidos o sulfúricos, mostraba las venas incendiadas, los cuernos desastrados: sacaba un arma de debajo del mostrador.
La eternidad pausaba su primorosa huella y contaba sucesos incontables, colisiones de partículas y asuntos menos serios
como enamoramientos súbitos, el nacimiento de un devorador de estrellas, su colapso inaudito. La eternidad era un trabajo
serio, un trabajo para toda la vida, un infierno después de otro (hasta que pare el tiempo en brazos de la melancolía).

A veces, pasaban por la calle las chicas emigrantes y el personal miraba de reojo. Ellas tenían algo además del karma,
el infinito rasgo de sus piernas, la sonrisa platónica, el color. Silbaban a través del cinturón de asteroides, a través
de un corredor galáctico que aceleraba el fondo y se confabulaba con la luz. Ellas tenían algo además de la belleza
consagrada, además de su alma y su propósito. Algo que no era amor pero besaba. Algo que no era dios
pero había creado, finalmente, la nada de la nada, su círculo virtuoso. Algo que recordar.




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