Pasaban por la calle los chicos mal
vestidos, todos emigrantes, sin una triste insignia que echarse
a la solapa, sin bandera. La piel
acariciaba el sol, y no al revés. Los ojos no miraban, eran vistos desde una
fosa
situada en la altura. Dios había
cavado una fosa grande para todos los cuerpos, la había llamado infierno.
En la distancia, el infierno era una
pradera o era una montaña y había casitas blancas con tejados de hierba;
la misma historia en planetas
semejantes, las persecuciones, los átomos tan parecidos como gotas de agua
o gotas de sudor, el trabajo. En
cualquier sitio el trabajo dignificaba el ambiente con su estruendo productivo
y su esclavitud, su
economía sumergida y su almacenamiento. En tantos mundos los almacenes
guardaban
la semilla de la violencia, mucha
comida para los obreros y sus escuálidas familias, para los animales de carga
cargados de razones. Dios había
inventado un arma nuclear portátil que podía llevarse como un colt cuarenta y
cinco.
Dios había inventado la policía con
sus uniformes de almirante, gorras de plato, silbatos y defensas extensibles
y sus pistolas eléctricas: un
romántico a la antigua.
Árboles idénticos, hachas idénticas,
manos encallecidas. La voz entresacando lágrimas de la madera, la voz
en una sola dirección: hacia el
futuro. Pensamientos útiles en la maraña de la decepción, destacadas ideas,
imágenes potentes en los escaparates,
vidas ejemplares a la vista del público. Músculos depravados haciendo
abdominales
sucias en el estercolero del pabellón
grasiento, en una sauna fornicada; santos mendicantes cometiendo milagros
por desdén. El trapecista desnudo
contorsionándose en una media vuelta con la botella en la mano, sus hijos
en la calle atreviéndose a cruzar por
el lado peligroso, (a estas horas) y sin desayunar.
A tiros, los asesinos y sus gangs;
balas perdidas poniéndolo todo perdido de sangre. Una ronda de hip-hop
que paga la miseria, un batido de
tiempo. Esto es un presente sin pasado que llevarse la boca, un pasado en
extracto,
en tierras de exilio, mortificado. Los
padres eran malos padres, trabajaban de sol a sol, apenas recordaban el vacío,
un pequeño universo vacío de
significado, un placer inclasificable, las malas lenguas y la ferocidad de los
tenderos.
Drogarse era, en cualquier punto del
mapa, la solución dorada, la droga era el maná que caía del espejo
como lluvia sobre un campo de arena,
modificaba de un salto la realidad para hacerla más introvertida o asequible,
más inhóspita para la monstruosidad.
Los capataces siempre detestaban la droga que consumían los otros,
pero aceptaban de buen grado la
materia gris del hacendado. Ah, y los pobres manejaban el mejor chocolate
del cúmulo estelar, el polvo más
mediático de efecto inmediato. La heroína más valiente de la ciudad sumergida.
Dios había creado la muerte en un
momento crítico y ahora se moría bajo su influjo perverso. Era extraño morir
después
del cataclismo y la resurrección,
después de haber instalado el programa y haber pulsado el botón rojo
del apocalipsis. Tras ver morir a
billones de seres espectaculares.
Por todo el cosmos, los chicos vacilaban con el dueño del bar, que extendía sus tentáculos, se deshacía en aspavientos
tímidos o sulfúricos, mostraba las
venas incendiadas, los cuernos desastrados: sacaba un arma de debajo del
mostrador.
La eternidad pausaba su primorosa
huella y contaba sucesos incontables, colisiones de partículas y asuntos menos
serios
como enamoramientos súbitos, el
nacimiento de un devorador de estrellas, su colapso inaudito. La eternidad era
un trabajo
serio, un trabajo para toda la vida,
un infierno después de otro (hasta que pare el tiempo en brazos de la
melancolía).
A veces, pasaban por la calle las
chicas emigrantes y el personal miraba de reojo. Ellas tenían algo además del
karma,
el infinito rasgo de sus piernas, la
sonrisa platónica, el color. Silbaban a través del cinturón de asteroides, a
través
de un corredor galáctico que aceleraba
el fondo y se confabulaba con la luz. Ellas tenían algo además de la belleza
consagrada, además de su alma y su
propósito. Algo que no era amor pero besaba. Algo que no era dios
pero había creado, finalmente, la nada
de la nada, su círculo virtuoso. Algo que recordar.
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