Sentarse y ver pasar un ramo de luz,
un combo de luz, un carro de luz.
Después alegan que el rap anda
repitiéndose, que se repite una infinidad de veces. El infinito es un corte de
hip-hop,
su base partida por dos que se
multiplica exponencialmente, bases partidas por dos, beats y florecillas
silvestres. La economía tocando fondo;
hay tanto talento, tanta producción. El verso ha caído en desgracia,
desagradecidos que escriben a todo
meter su ávido mester, su masterpiece for real y no se dejan nada en el
tintero.
Azealia escribe un roll extranjero de
sí mismo que no se sabe ni en Brooklyn, no se conoce en parte alguna del mercado
global,
y lo hace con una mano atada a la
espalda, mientras baila y pone los ojos en blanco. Así que luego no necesita
bailar, le basta con un soplo y un
gesto superior.
Otros labran sus entremeses de
ingenio, se hacen los muertos para elevar su nivel. El público tarda en reaccionar
ante el apocalipsis, cuando quieren
hacerlo ya son fiambres, están out, les sale ya la espuma por la boca,
peces muertos, tortugas que llueven de
un cielo color café-express. Luego vamos al rap;
en prisión, las chicas comparecen para
formar el coro de la galería, arman un corrillo y visitan a MC Lyte,
que brinda una sesión inolvidable.
En Europa todo es un problema detrás
de. Los versos que también se reinician hasta en el infierno,
con la diferencia de que arden -qué Babel-, saltan en el disparadero intelectual de tanto licenciado vidrioso,
drogadictos
hechos de materia gris que promulgan
acciones poéticas en los canalones, en la hierba del parque que supura
sangre decapitada, en el supermercado
donde los superhéroes se superan, contribuyen
al malestar general con cibernético
ardor. La clac del arte, los poetas afines se estereotipan y ponen altavoces al
campo,
alternan como corrientes, toman copas
sin pudor y largan obras magnas como catedrales jíbaras.
El verso se repite a toda hostia.
Azealia lo desprecia y lo ridiculiza con sus dientes mesiánicos y su boca
tan esdrújula y sin par: qué
simpática. Es que apura su ciencia infusa y no hace falta que estudie por la
noche
para el examen oral, puede cantar por
los codos sin impresionarse. En cambio, el rapper de aquí al lado notifica su
incordio,
rectifica su manera de hablar pero
piensa como siempre, igual que un artesano, como un lince. Su palabrería
contradice al ritmo, se coloca de cara
a la pared y separa los pies para el cacheo del pop.
Cuando interviene el filólogo la
batalla está completamente perdida para la realidad y la escena.
Chapotea en la aporía y el timo del
lenguaje coercitivo. Se atraviesa en el signo como la raya de la te, suplanta
a los verdaderos poetas y da
explicaciones que no son bienvenidas. La música resbala, le resbala por la nuca,
mil gotas
de sudor. El técnico del idioma
desbarata los ejes, se hace colaboracionista y desmonta y desbarra,
realiza performances gloriciosas en
absoluto silencio y deletrea arroyos Mississippi-Missouri,
ondas de caudal desconocido.
Vamos al rap. La muchacha que escucha
y es como si sepultara un speech ilusionante, ilustrativo.
que renuncia a nada y gana el primer
premio, salta la valla y mira el paraíso con cierta desazón. Aquí viene este género
contra-policial, un coche a gran
velocidad surcando la humareda. Perlas de mentira señalando el camino,
vidrios rotos como corazones,
jeringuillas usadas que contienen el pulso de la madre tierra, la miscelánea
auténtica
de los chicos del barrio, la banda
sonora del exilio.
El poema ganador dura una página; es
mío -dijo la pianista- y el eco de su voz fue suficiente.
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