Esta puntualidad del aire, su
perímetro. Las madrugadas rabian como soles obreros. Jadyn atraviesa
el océano nadando furiosamente, se
ladea, las olas zarandean su menudo cuerpo;
su empresa es cierta, cuesta un átomo
desprenderse del miedo y hay que ponerse rápido al amor.
Esta muchacha ama y sus centímetros
aman rascacielos, montes Fuji; las pagodas sueltan lava y tejas adornadas,
Buda comienza a soñar en este siglo.
Oriente ha poseído el amor. Las
estudiantes ríen en silencio, hablan en silencio. Crean un simulacro de vida
en la pantalla del ordenador. Ruedan
por su pendiente de falso vacío
y dibujan el paisaje de su espíritu:
sierras madres, lagos de altitud. en medio del azul se encuentra una moneda con
dos cruces:
para ganar tiempo. El ambiente es tan
sórdido como el del campus; prolegómenos y abriles a mansalva. La sinrazón
del mérito se adueña del tejido
social. Anaqueles, productos, peones fatigados sin espacio para el sueño.
Jadyn observa el universo desde su
torre; es más grande de lo que parece. Las estrellas bordean la catarsis,
humedecen su trono y se entremezclan
con la nada, sin prejuicios. Ahora crece el estallido, surge
un drama que se hincha como un globo,
hinca sus rodillas en la profundidad. El sonido procede de otro atlántico
más al sur, a cientos de años luz de
la miseria. Allí, los niños maleducados efectúan cabriolas inteligentes,
llevan chips sin azúcar que afianzan
sus músculos y forman su felicidad. Ella ha prometido
mirarse en el espejo y ver a dios.
Polvo estelar. Misiones y misiles de
alcance extraterrestre. Este corazón: polvo estelar.
El corazón de J. late y trampea los
acontecimientos, feliz como un chico triste a la puerta del baile.
Hay una familia completa en algún
lugar de la fotografía del garaje, en un segundo plano de la fotografía en
sepia
olvidada en el sótano.
Llora. Jadyn ha llorado hoy un poco
más sin que nadie la viera. Sus ojos han rasgado el horizonte,
han vitoreado a las nubes; su modo de
brillar ha derribado patrones con un soplo. La casa diminuta aguarda una
chimenea
ardiente, una fronda de humo
caracoleando su demora. Teclas, campanas, huecas colisiones
de partículas desinteresadas. Materia
que porfía en sus escaramuzas sobre el alma.
Suena un grito en la distancia,
armónico como una rendición, roto como la frágil primavera.
El público aplaude la comedia sin
ganas, prefiere la sangre al desconcierto, el odio a la melancolía. Son
trompetas, tambores
que redoblan la risa de la noche. Ella
se prueba un vestido, la imagen se conmueve, la imagen es pura
vida, tránsito. Poder. Su cabello
retorna hacia los mismos labios. Un libro se deja caer al infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario