miércoles, 9 de septiembre de 2015

tanto amor


Tanto sufrimiento
habrá dejado un surco en el océano. Un océano de sangre.

La vida que fue dura; la ilusión,
la belleza que parecía invencible sentada de puntillas en la barra del bar, en el autobús,
de camino a un lugar en las montañas, en camino.

Y la belleza comenzó -¿cuándo?- a deshacerse en lágrimas,
a corromper su inocencia. Mil dragones silbando su deseo, su tragedia sin ritmo, fuente
de oscuridad y abuso. Esta vida basada en el abuso, disparate de vida,
un genocidio deportivo. El estilo del cazador, su fracaso voluntario;
qué familia de hienas gobernando el invierno, en verano, una familia de buitres.

Tanto dolor ha contaminado la superficie de la tierra,
ha llegado a la luna antes que el hombre. Aunque la verdadera música
encontrara su intersticio y su vientre, la caverna donde toda sombra era la sombra de un corazón en llamas
y todo eco remitía al mismo parecido, la misma sed.

Oh, se transformó la belleza, rodó.
Era un espejo sin fondo donde las cosas volvían de repente a su forma perfecta y los sombreros
crecían como rosas negativas, los ojos aguantaban la mirada
del destino. Allí, se multiplicaba el esfuerzo: un solo brazo levantaba un carro de almas (era posible)
a rebosar de tiempo perdido y cicatrices. Los cuerpos no accedían al bautismo,
su cabello era otro músculo,
otra piel.

La muerte conminó, tradujo al llanto los gritos
de las multitudes; abogó por los niños en otra escena rotunda. De noche
morían y morían ¡cuántos besos! Cuánto aliento concluía su viaje en una mancha púrpura. Árboles
divididos, noches pardas, flores de un solo gris.

Tanto amor, tantas palabras construidas a semejanza
del paraíso, imagen del ángel y su futuro ausente, qué palabras solemnes grabadas en la mesa del hambre.
Una sonrisa que no es, que no lo ha sido siempre, pero suspira,
no desfallece a través de la historia.


Ayo

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