Es un poco de sangre entre los ojos,
como una mancha alegre, una marcha que
suena y se retiene en la mirada, un rastro
de pureza hilando despedidas. ¡Cómo
reconforta! Ancha memoria
deshojando cadenas. Si traspasa la
piel, un cráter luminoso,
una parte entre mil. La música que toma
de la mano a la palabra y la conduce a un lugar retirado, a un destierro
que parece el lago que se sueña y es
tal como se sueña una partida, un tren
acercándose despacio, una distancia que no entiende de gritos
ni perfumes ni hojas. Ni de ojos
secos.
La frase y el recuerdo atónito de una
felicidad sin arrumacos, apátrida. Los hechos
quedan fuera del vacío con sus obras,
fuera del oasis que se desvanece en el verso y luce
solo en carne viva. Esta bendita humedad
de los rayos solares,
el lloriqueo animal que sufre
devastado, se enseñorea de las manos, del pecho; un odio
tradicional y casto, reducto de
saberes extinguidos, un sentimiento que no se contamina
y no puede afectar al transcurso de la
vida, que no se aparta cuando pasan los años,
su corta estela. Es un poco de sangre con
su amor. Amor que se respira en todo el aire, por todo el aire llama
a las palomas, que no cesan y
bruscamente mueren lejos de la ciudad dormida. Ser un pájaro, el gorrión
que atina con el cielo mejor que cualquier
alma, mejor que un santo padre, que una oración;
su vuelo hasta el centro del poema,
hasta el núcleo secreto de la poesía,
donde el genio aborta su talento innato y las monedas no sirven,
los pies renquean y se trastabillan,
surgen de alguna caverna ignota las iluminaciones
o hay un mar, espejo del arte, reflejo
de la niebla.
Sombra que atrapa
besos con sus dedos largos,
meridianos, rectos. La sombra es un fulgor para los besos,
¡cómo ceden así de enamorados! Abraza
y es un calor oscuro su mensaje, una aproximación a las estrellas,
astros de papel ceniza, lunes que no
comienzan todavía
ni encuentran acomodo en la pared del
hambre, su mural
después de la tormenta. Aquellas manos
blancas de la lluvia, blancas como la nieve que retumba en el silencio
y acaso fragua una separación
demasiado perfecta de su origen,
roza la perfección de los metales, la
maraña del tiempo, su montaña desnuda bajo la luz más honda y el más profundo,
extraño desaliento. Es un poco de amor,
tan rojo como el alma, rojo como una maravilla,
torres, labios, auroras.
Viene el amanecer y ya está muerto,
detrás de su carisma, sobre el cuerpo presente de la noche.
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