viernes, 18 de marzo de 2016

milagro siguiente


Medroso y concentrado, sumido en su picuda sombra,
más oscuro de lo que habría deseado, menos oscuro de lo deseable. El poeta corrompe una idea común,
absorbe terrenos vedados al lenguaje y vomita mentiras salteadas. Diálogos
de mantequilla, paseos por el lado salvaje de un camino vecinal. Su amor se robustece en la sangre,
duele apenas, su obra se crispa en el sentido, vierte
comentarios nudosos aupado en una forma estrafalaria. Ahí está,
deshaciéndose, desafectándose del mundo y sus ojos livianos, su majestad retórica.

Jordan corresponde a un linaje privado, estirpe de leonas, cóctel de samuráis
conquistadores y actores secundarios. Obedece a una sola indiferencia, va escogiendo su traje de Mesías,
silbando en un andén lleno de nadies. Las estaciones son su reino o su ambiente real,
su preferencia: adioses y abrazos imperdonables. Su rap profesa hábitos
insanos, opacos a la fe. Hoy nadie la espera;
de ausencia, hierve el escenario, su voz produce auténticas ficciones del sonido.

Dos trayectorias disímiles. El ave que cubre los océanos o el ruiseñor empobrecido en la fronda,
deshabitado de su innato giro; alguien que blasfema en nombre de Caín, alguien
preocupado por el nervio colectivo y el relato social. Vienen cuatro, tres, dos, una masa de dos
que vocifera consignas sin haberse estudiado el expediente. Crítica
disfrazada de pánico al amor; este cordón sanitario que excluye el contacto como la enfermedad, este tramo de estar solo
en medio de los templos, en la esquina vacía de la plaza abarrotada, pegado a la pared
como un toro picado, como un animal en horas bajas. O la potencia de la naturaleza secuestrada
en la dulce Babilonia –Ciudad de México– y  liberada sin pagar rescate, sin pedir rescate, libre porque así es la ley.

Cuando se posee el secreto y se está en posesión de la herencia sanadora y se es capaz.
Estamos en paz, dicen los espectadores. El espectáculo ha comenzado en un segundo plano y ya termina. Tempus fugit.
El tiempo planta su sepultura sobre el polvo, la cuadrícula exacta de su cuerpo flaco y dolorido: es que tiene
un final. Aunque no lo parezca. Ella desbarata limbos gráficos con un crudo destello. El campo se mueve
al unísono con la marea; clara fusión labrando un todo sobre el mar. Se extiende el campo por todo el firmamento,
dobla su apuesta contra las grandes ilusiones, banaliza universos con su utópica ristra,
su lista de la compra, se incluye hasta el límite
donde la semántica fracasa y los poemas pierden contundencia. El campo se menea
hasta la última frase del silencio. Como sucede el beso dentro de su burbuja,
asciende y cruza líneas prohibidas, estampa su coral aliento sobre el destino del prójimo.




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