Su poema gigante, apergaminado, enrollado en lisos capiteles, bautizado
con agua del desierto.
En otro lugar, en otro mundo, el poeta va a recibir un premio; ahora,
improvisa, agradece, confiesa que el poema no es suyo (aunque sí lo
escribió);
y el crítico ya saborea el plagio, el público ovaciona la debilidad del
momento, el desarreglo, se pregunta: ¿quién puede ser?
Ella
ha escrito un alto poema de clase y lo ha olvidado en casa, con el
broche, la diadema
y otras joyas de incalculable color; siempre sale a la calle con lo
puesto,
la silueta del tiempo en el peinado, en la boca, un mensaje que no ha
despegado todavía. El poema tiene un nombre
insultante, hasta desconocido, es para irritar, incontenible. Se
adiestra en la semántica,
a fuer de adorno, canta la internacional y observa
como el poli bueno desarma al negro antes de dispararle por la espalda.
El milagro –Jordan– es sobrevivir de milagro (dice el poeta) y los
críticos luchan
por un puesto en la línea de salida. En ese otro lugar, el polvo al
polvo ha ganado la batalla
de la luz, por enésima vez. Otra vez ocurrió que la luz se bastaba ella
sola,
dudaba entre algunos trémulos escenarios, su acción parpadeaba antes de
hacer, se aseguraba, luego, de morir
en directo. La Luz. Viajaba a su velocidad (como acostumbra). Cambio y
corto. Doraba un beso
casto en su seno universalmente puro,
pulcro o demacrado, se detenía en un vaso de plomo.
Pero lo ha escrito ella; y el poema es tan serio, ajeno a la belleza
sistemática
de las fuentes perfectas, deudo de turbios manantiales, ríos
contaminados a fondo, mares de alcohol. La belleza
dimana del Amor (según los muertos). Y el poeta no oculta su admiración
sincera
hacia el pasado y su costra de literatura, sus padrastros literarios y
todo el catecismo
posmoderno que absorbe las estanterías con cierto disimulo residual.
Pues Jordan ama la música, es un arpa de sí, dividida en resortes,
cuerdas que aprietan como garfios, labios que lanzan puntadas de
auxilio, exhiben
banderas blancas cuando deben creer. Ella obra milagros, el poema más
grande; hoy se merece el aplauso gigante,
pero vive muy lejos, donde no raya el alba y los árboles forman
laberintos felices.
Y los ángeles traman el silencio de dios.
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