También en otro lugar, otro campo. Donde los edificios se masturban en
realidad, estiran su aparato,
son rascacielos perennes. Donde la bestia fluye despavorida, la hierba
dice ‘campo’ sin que le tiemblen las plantas,
el ángel
tiene sed y duerme boca abajo.
Fuera del parque el frío es pegajoso, el agua se congela en perlas de
silencio, los ángeles conjuran el fuego
del volcán; la bestia dice ‘ahora’ y es un momento
agridulce, como para pasar a la acción, para reaccionar.
Fuera del parque la derrota compite con el hambre, el campo
reverdece boca abajo; no hay un tren que llegue tan remoto, que alcance
tanto sur.
Venga, ¡a ver el hielo! –dice Jordan en un parpadeo
porque no ha salido aún, sigue mirando a través del espejo, despejando
ondas gravitatorias de verdad, la expansión
de la belleza condensada en letras diminutas, tan cursiva.
Trece metros de nieve. Crece la nube que forma todo ello y descarga una
lluvia de billetes
color salmón sobre la Luna. Esta tierra es tan pobre que ha desterrado cualquier
sucio-amor, cualquier amor siquiera:
la menor proporción de un beso quizás haya sido desviada a otro tratamiento.
El polen
ha empezado a brincar desde la superficie del verso. Fuera del poema,
las rosas languidecen como tapices de espuma, riman con la ilimitada fe
de un muerto, tan solas.
Jordan dijo: ahora y una rosa formó su barricada, levantó las
manos y se dejo morir,
quiso morir sin sangre entre las hojas. Mientras, el ángel cantaba su
melodía un poco por cantar, un poco
a ver qué alma, dejándose caer por la pendiente maliciosa del ritmo
como un director de orquesta interactivo.
Y el amor se mostraba como fuera en aquel otro lugar escandaloso. Era
en otra dimensión
gigantesca, alta para no ser percibida, ancha igual que el mismo
universo lejos de sí. El amor era un animal corriente
con sus venas hinchadas de sangre azul, su carmesí violento
y su mazmorra. Sacudías una alfombra y saltaba una declaración, un
anillo de pedida, un vestido de novia,
doblabas una esquina y el mundo perforaba su pasado en todas
direcciones.
Entre personas felices que acordonaban palabras, el poema reformaba su
instinto. El ángel tomaba velocidad,
y era vertiginosa el agua. Retirados de dios eran los días, y las
mañanas eternas transformaban
el tiempo en rollos de prosodia, los mitos en fonemas. Por ese lado,
Jordan
compartía su acento y su cerveza con los pesos pesados del infierno.
Detrás del aire, había dónde hurgar:
modestos edificios espigados en una estimación de la elocuencia.
Reverie Foto en Berlín. |
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