miércoles, 27 de septiembre de 2017

DDB


Hay una nueva estrella en el pasaje, se llama ella, se llama ELLAESDDB; sufre.
Tiene una voz erre que erre, exitosa, voluminosa en el tremendo espectro jamaicano de la superación. Lleva una corona
vívida, central. Es la Princesa que andábamos buscando (dicen los muchachos).

La roca pesa en el bolso, pesa más subirla a la montaña. Es una premonición,
se llama aurora, se llama un beso. Es la llama que pende de la boca, que prende en la maleza. Duele la luz,
la luz está chillando un espejismo, todo son barras de poder y una ejecutoria funesta; hasta el lenguaje
está siendo modificado a nuestra espalda, en un susurro.

Un detalle para ella: la poesía ha muerto para ella. Su silueta yace indiferente en el máximo suelo
disponible, okupa una casa vacía. Se ha vuelto zurda, se escribe con la mano izquierda, pero sin mano izquierda
(como quien dice, diciendo la verdad). Otrosí: baila de un modo zombificado,
se balancea estridente o es una indeseable (en su ficha policial). La música del poema ahora se escucha en un murmullo
mendicante, se desarrolla en un prototipo de escarpias,
escarcha que cubre el lado opuesto del césped intocable y su longitud
despreocupada. Los detectives andan nerviosos buscando una señal, el signo abanderado de otro crimen,
la huella desesperada del odio.

Ella es DDB y se mosquea con la tiara bendecida, cuajada de piedras preciosas y piedras otras piedras,
calcada del papel cuché y las mujercitas de la librería. Didibi es un nombre
vocalizado, con vocación de intensidad, algo perpetuo como un tesoro enterrado en la obra,
lúgubre & fine. Sus trenzas motoras vacilan y muerden un trozo grande del pastel, rajan del aire.

Es en parte un cómic librado a su suerte geográfica, deslocalizado a saber; pero su lengua
arranca multinacional, despega entre cañaverales y cadáveres. Se va mortificando, pero va a la escuela
y su salud es siempre un asunto de estado.



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