Jordan se independiza. Sortea sus pasos por la línea de baldosas
festoneadas de green,
junto a ella, el silencio de un millar de pájaros obreros, la lentitud
de las sombras. Sobre ella, una voz colonizada,
algo contrariada por su ausencia, una voz sin horario. El poeta es un
racista interno, inverso, no racial; tiene
el don de identificar las almas vueltas, arcas llenas de pánico.
El alma de Jordan acoge un edén ambulante, es una ambulancia en zona humanitaria;
hay una batería de reseñas
posibles a su ardiente defensa de la integridad ambiente. El poeta
interesa un combo de metáforas,
consigue un libro de metáforas en el mercado negro, reales como la vida
misma, pero no es bastante.
Decir amor es no decir. Mejor callarse, hacer espacio. Mejor subrayar
verdades con una pluma elástica y veloz, poemas sin filtro para una
noche de tormenta. Sonetos
curvos, liquidaciones del arte, saldos metafísicos. Son obras sin
origen, hechas sin mentalidad, orondos cachivaches
retóricos. En un extremo, las bandas arremeten con sus bólidos contra
el gran capital; en estas, el cadillac
es un artilugio revolucionario, puede ser un vehículo blindado, un
maravilloso carro de combate
donde recitar el mantra anticapitalista.
Jordan quiere un amor de octubre, uno rojo como las rosas que enardecen
los sentidos; tomarse un café amargo,
pintar una amapola, desenrollar un orbe de nubes tricolores, el tipo de
pequeños acontecimientos
triviales que ahora quedan fuera de servicio. Ahora, en el momento
fugaz en que la mística profana
idealiza el delirio de los príncipes y la basura se zampa la
profundidad de la filosofía.
El amor se manifiesta en un solo país; el parque es territorio
emancipado, acordonado por estatuas
sin corazón ni púrpura en los labios, ni mejillas arreboladas con el
tibio rosicler de las mañanas nupciales. El poeta
residente farfulla, se traba en los más simples predicados, compone una
imagen de duración sencilla,
una poética payasa, dolorida, alejada del misterio americano y su
dominio,
bendecida por las contradicciones.
Mejor amar que no decir; y hasta incluir un gramo de desprecio en la
lista de la compra. La hipérbole
tentadora de la poesía, como una serpiente cascabel que llama a la oración
y el desenfreno, frente a la inexpresividad
divina del milagro, la tozudez pasiva de la magia. Amar como esos jóvenes
absortos, con su eterno
hermetismo, y su concentración; amar honradamente y dar la vida
por una palabra justa estrellada en la arena.
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