Frente a la tapia de la Cartuja, junto a las moreras que ofrecen su
ambrosía, el rosa que bizquea
sobre la línea del horizonte. La estela del avión es parte de un pasado
ligero; ni las campanas vuelan en respuesta al olvido ni las puertas
ocultan sepulcros
blanqueados.
Al anochecer, salen las muchachas de sus trances, visten monos naranja,
túnicas azules, hábitos voluptuosos,
llevan gorras de béisbol y zapatillas furtivas, se fuman el cogollo de
la santidad. La música es un compuesto
de amor y vanagloria o de amor y chillidos parnasianos,
somníferos naturales, todo lo real acompañando a la realidad, como en
un mal sueño.
La pesadilla se alarga cuando el sol abochorna el trapecio celeste, y
nadie quiere despertar. Colillas mal apagadas,
húmedas chicharras, sonados incendios de la personalidad: es lo más en
boga. El mar ha desembarcado
en el parque con su parafernalia de algas y de puertos, diques y escolleras.
Los peces se mueven con desgana; bajo el agua, un universo crónico se
desangra, irrita
como unos pantalones de nailon o una chaqueta cruzada. El viajero
descubre las torres sumergidas,
graves y sinuosas, los pasillos emergentes, los navíos.
Frente a la tapia de la prisión, en el gran patio que conduce a las
múltiples sesiones
desesperadas de la desesperación, pueden observarse el conducto racial
y el conducto lucrativo; la renta per cápita
es un depredador que acumula víctimas de ojos oscuros. Los arqueólogos
neutrales
sospechan que en la grava existen huellas de gente negra como el
carbón, negra como una victoria,
negra como la risa de los ángeles.
En el campo, el poeta reitera un previo de su pequeña muerte de todos los
días. Con éxito. Existe un público
entregado para la ocasión, una miscelánea de nacionales apátridas y
gitanos de la diáspora, judíos
castellanos y profetas del silencio. Entonces, cada día,
se produce el milagro de la condenación.
Cuando nadie alcanza a percibir las maniobras astrales y la luna
comunica su hermosura sin interferencias,
el mundo se tropieza en cualquier tapia, en cualquier muro puede verse
escrito un nombre,
dibujada una sombra o el contorno de un alma que decrece.
René Magritte - La Victoria (1939) |
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