Más de quinientas veces el poema ha reconocido su impotencia,
su importancia también. Su recorrido es un circuito de motocross donde
abundan los accidentes gramaticales.
La prosa rueda en motopross actualizándose como una aplicación
desaplicada. Sucumbe a la tentación del verso y entonces aparece el
futurismo
atónito que tan bien queda. En cualquier recepción, en las fiestas
privadas a reventar de público
independiente, una muchacha gótica con los labios pintados de rotundo
fracaso
es la triunfadora de la noche.
Fatalidad: todos ocupan sus palacios adosados, cada muchacha se asoma
al ventanuco de su torreón y deja
caer un mechón de su kilométrico cabello –young Rapunxel– mientras
entona un aria
dura como un rap acalambrado. Sonar, lo único que suena es el bullicio
de las páginas
pasando entre estertores, puntos de lectura y barricadas
armónicas. El porvenir se debilita ante tanta ficción esmerilada, tanto
cuento estoico y tanta fascinación por la literatura;
hay autores que incluso reniegan de su autoría y se suben a una rama
baja del árbol como si fueran nobles italianos
seducidos por el arte de la renunciación.
Angel es una de esas personas que representan un barullo existencial,
su locuacidad es el silencio de todos, su belleza, un espectáculo
barroco, su destino, la causa norteamericana: un linchamiento
posmoderno efectuado en mitad del sueño de los justos.
La frecuencia del abismo condiciona el eco, desnuda de pretensiones o
de presiones la voz del artista,
que siempre es un creativo marginal, reincidente, marciano. La voz
procede de la historia, aunque sobreactúa
como un personaje histórico que echase espuma por la boca.
Naturalmente, el poeta se echa
a dormir antes de la epifanía, antes del tumulto final del que saldrá
fortalecido su estro,
bendecida su frente, regalada su pluma con la agilidad astronómica del
verbo extraoficial,
colosal de los clásicos valores.
Más de seiscientas veces el poema ha perdido de vista su in-trascendencia,
se ha robotizado en torno a las estanterías –cierto
apocalipsis horizontal con sus nubes sulfúricas y su atmósfera
venusiana. El poema ha resbalado
como una lágrima lechosa o una guitarra eléctrica dominando la puerta
de atrás de la conciencia. Y algún
poeta ha descendido a la metáfora para conocerse, ha retorcido los
espejos con sus propias manos
cristalinas, ha rendido los ojos a la guerra total de la verdad
rescrita y ha gritado de pronto:
¡oh, amor si nada importa, oh, destacado infierno!
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