La
acumulación de capital acabó en un estallido analógico,
la
carrera aeroespacial, en un molino de viento.
En el
apogeo de su belleza, Jordan define, interroga a la creación,
formula
su pregunta, enhebra su palabra. Su poema le hace un flaco favor; contiene
trazas del hambre que se pasa,
toneladas
de ingenio, un despeñadero de talento,
un mar
de estilo.
Es una
contradicción en términos: no se puede ser bella y creer (y crear); dios no
fabricó al Golem a su imagen y semejanza,
erró de
pleno, diseñó un hombre, pero parió un ratón. No se puede con la belleza;
ser tan
bella y andar creando universos,
polinizando
como Hacendosita, flirteando por el claustro. La belleza
es a la
juventud lo que la desdicha al encierro de la edad; todos desterrados como
burdos estetas.
Ahora
consentimos un cosmos barato,
desorganizado
y en inútil expansión. Si las tierras vegetan y los cielos absorben
invenciones,
detectan carámbanos gigantes, ponen nombre a los árboles del pan.
El
poema de la juventud
abruma,
procede con tiento y satisfacción, es un canto rodeado de flores rojas y parece
una menestra de silencio.
La
delicadeza con que se aborda la creación cuando nada
aún es
permanente y la plana mayor del mal fario dormita ajena a la felicidad
del
mundo.
En el
crudo cenit de su belleza, Jordan insufló vida a una montaña, liberó un dragón
de fauces
maternales, descubrió el ecuador de su conciencia. Oh, la monotonía es tan hermosa
que
produce monstruos combinados, uno para cada mañana de ayer.
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