lunes, 12 de febrero de 2018

milagro por intoxicación accidental


Por accidente, alguien acaba tomando la mano de alguien; son dos cuerpos
separados en el tiempo, dos manos cada una en su momento de pasión, en su indolencia, su territorio. Dos almas en flor,
una en el parque y más allá, rodeada de moléculas preciosas, el espectáculo del miedo
en toda su agónica majestad, pavor y rododendros, manuales de jardinería y libros gruesos. La persona del parque
–intolerablemente bella, dolorosamente–, ¡qué digna!, ha contemplado ya todo el estupor,
la belleza del mundo (y el mundo es tan escaso, protegido por cuatro paredes de luz), ha dado
forma a su deseo, no lo ha llamado amor.

Jordan de la mano de un espíritu, bajo la lluvia que es también un espíritu salvaje, el ansia
pura de los cielos –afán de perfección para los ángeles.
Entre los ángeles, un secreto, un señuelo, la modestia del pecado contra el orgullo de dios. Antes, treinta monedas
para comprarlo todo, ahora solo un monstruoso número rojo
gigante a las puertas del templo.

Cuando un fantasma se aparece en medio de la habitación, o aparece sobre el aparador, sentado
en el sofá, y resulta: el tipo maqueado que se fuma un cigarrillo, el viejo amigo muerto años atrás, el personaje
famoso muerto por sobredosis de heroína moderna. Cuando Destiny pasa rodando en un descapotable
por delante de la funeraria y los pájaros se detienen en el aire y el aire se detiene en el aire (y su concepto) y una voz
desgrana el abecedario del soul en la voz lenta de Sam Cooke, una guitarra desangela
el ambiente y la fantasía toma las riendas del suceso
(ya declarado milagro).

La iglesia se rompió el pie, ocurrió de buenas a primeras. El campanario tuvo la valentía de ascender a la altura
del vértigo. Aquí quedaron la orfandad y el testimonio, la música y un preparado de arte para los escolares; mas
qué pronto la oscuridad fue considerada único patrimonio del estado y la gente ¡qué mal estaba!, qué malestar
celaba tras su abulia, su acedía y su mérito. Hasta el poema se habría reído entonces del estandarte firmemente
enarbolado por los estetas de guardia, y se habría tirado por el suelo lamentando tal desaire a la gran poesía
(pero no fue así).

Jordan cree que la odian desde todos los ángulos de la miseria, que fancotiradores ocultos
escogen su figura de cisne, el remolino de su cabello alado: se equivoca. Las palabras la siguen con el corazón
roto en mil pedazos de labio, enmudecidas en un charco de sangre, levantando
columnas de polvo, carne que sabe a humo y solo sufre por algo semejante al amor, o la renuncia.



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