Sucesos
que acaecen a la velocidad de un éxito coral: 10gugol de presencias
simultáneas, agujeros
negros
que se funden y difunden su filosofía selectiva, la cruda densidad de su grandeza.
Se debate en la intimidad
de la
familia, se arguye y se premia el ingenio destacable del novato, la
irreverencia del estudiante budista. Sobre la mesa,
la
profundidad de la pequeña selva y su descomunal tamaño; el mapa no representa
sino un escaso componente
geográfico,
un destacamento, la avanzadilla agrimensora (Mason y Dixon en acción
concomitante) del futuro.
Contar
un chiste es un argucia creativa en desuso. Jordan se ríe porque ha llovido
fuera de temporada y la lluvia
ha
colonizado la pradera y la hierba ha desplumado su melena cubierta de rocío, el
río ha simulado una inundación
dermatológica.
La gente ríe en paz (con sus fantasmas); la gente va descalza, parece sacada de
una fotografía
de la
gran depresión, Walker Evans ha vuelto para quedarse, está vivo en los ojos de
Matt Black: todo lo que captan,
lo que
exprimen es la futilidad, la masa escultórica del Parque, nada salvo el hogar y
su chimenea activa, su agobiante color.
En la
rama, los pájaros, los versos, la posibilidad de una composición autónoma, una
jukebox estampada en el cielo
como
una señal de tráfico o un cometa, algo provocativo; la pancarta de la clase
obrera escrita del revés, rebautizada
después
de la derrota. El verso ha modernizado su estructura que ahora es multicopista
pero como posverdad, otra
vuelta
de tuerca al ritmo del planeta y su pasado oscuro, su crédulo mensaje inflacionario.
Jordan
ha testificado ante una corte de gorriones juiciosos demasiado cansados para
volar en círculos.
Ha
fingido una lágrima con intención de ser creída, acompañada en su duelo. Todo
se muere igual que una casa vacía,
muere
la voz, muere la sangre; el universo muere a la diminuta escala del mañana, a
la derruida, detenida escala del amor.
La
poesía sangra como una arteria rota por el suelo, una frase dividida en sus
segmentos de odio, sílabas cortadas,
saboteadas
como vías férreas, con sus neumáticos ardientes, oh, coronas fúnebres para la
traición, collares de espuma negra;
el
Parque ha tensado la cuerda del tiempo y las ardillas han conocido el arco de
las flores, el reino y su monótona nobleza.
La
tarde se divisa desde la lejanía de un encuentro soleado con el tibio abandono
de la fuente, su rumor de terciopelo y menta.
Gavilanes
de oro surcan la media luna agotadora del aire puro que se balancea en silencio
sobre el mundo y su dicha
oceánica;
solo queda una fórmula para enamorarse sin falta, para cerrar los ojos
y
consumir la parte más bella de las almas, la que fluye en el espacio como una
sinfonía o un deseo encantado; sentir el giro
demente
de una inmensidad de corazones, darse de bruces con la absurda pretensión de la
belleza y recoger las velas,
pobre
barca sin rumbo ni reflejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario