La
gente se ve, se visita, se toca, existe
en un
lugar que existe, cierta como la piedra, con esa crónica solidez elemental. La
gente
vive,
va, deposita esperanzas, fianzas, coloniza aceras
desniveladas.
Hay un contacto físico que se da, es posible, puede comprobarse a simple
vista, también
labial/bilabial. Se producen ecos máximos conscientes de su maximalismo y su
potencia.
Las
estaciones tienen su taquilla en un campo de sentido que acoge ferrocarriles y pasos
a nivel (desnivelados pasos);
el
haiku profetiza el desembarco atroz de la gringa primavera, el pudor del
verano, la guerrilla otoñal (y su anorak de invierno).
Desparecidas
del haiku, las personas, sin embargo, son bienvenidas:
en el bar de enfrente
en los bares calcinados del último distrito postal de la
avenida
en cualquier bar de la facultad de humanidades (y hasta en
los balcones)
Ya
llega, está llegando, sin resuello aterriza como una Soyuz en la mismísima cara
oculta
del presente, sin ahorrarse un byte. El tiempo es una constante en la vida
social, un donante universal pero los ángeles
lo curvan
si hace falta, cabriolean, desafían la fontanería cósmica, saben
más que
Hawking, más que Apolo y Gandalf; o se han leído
de un
tirón El arco iris de gravedad.
Esta mesías
negra de belleza independiente es la socorrista del Parque.
Se
zambulle en la bohemia, bebe de la fuente, bebe
vino
blanco en el cuenco de sus manos, de su garganta brota el pan que alimenta a
los perros, trina como una alondra
prohibida.
La
torre entre los árboles –qué cerca de uno de ellos, el menos imponente, si
apenas hace
bosque,
gentrificado entre arbustos económicos. Es una roca de aspecto
gótico-prosaico,
escalonada,
almenada,
su diseño idóneo para una crucifixión o una barbacoa
infeliz.
Y la gente se la queda mirando porque es una torre y tiene doble personalidad.
Y a veces alguno
enciende
un cigarrillo y el humo se parece a la memoria, aunque no lo parezca; mejor aún,
a veces, una pareja
cogida
de la mano, incluso bajo el sol bronceador, incluso a falta de toda inocencia,
tan
desagradable como un tumulto a las doce de la noche, la observa,
tristes
filántropos sin ángel.
Matt Black |
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