lunes, 14 de mayo de 2018

la profecía


Tras un chaparrón de guante blanco, aguanieve en términos
fractales. Una corona de abetos frente a la esencia de la caminata, la conciencia externa, la sensación
poética de encontrarse en los prolegómenos de la oscuridad,
en otro ambiente.

Personas y personas y personas, largos tragos de mirada; el orgullo de pertenecer. Es el territorio de la apariencia,
donde un número indeterminado de fantasmas contaminan el agua con los dedos tiznados
de amargor. El mal de ojo te lo tiene que curar un talento del Hop, si no,
no funciona. El viento se propaga como una bendición, es tan molesto
como una bendición. En la puerta de la iglesia, las brasas del delirio, un par de flores derribadas.

Los chicos han roto con la forma en su nueva canción. Todos fuman
en señal de protesta, es una respuesta proporcionada a la calidad del aire (dicen que todavía queda algún
policía perdido en la maraña del bosque). La sangre es otra
propiedad privada, otra clase de consuelo.

Jordan está a punto de enamorarse de un verso
no verificable por los medios habituales; nadie sabe si el verso va armado o se ha dejado la pistola en el contexto;
el poeta no ha tenido espacio suficiente para reinventarse, sigue con los formidables sinónimos de ayer, las partes
más crueles de la redacción sobre las vacaciones en la playa del año 20XX, cuando la tentación tomó partido
por la zona habitable de la historia.

Ah, y la poesía se miraba el ombligo septembrino, a menudo pixelado, perforado y adornado con anillos y piedras
inocentes; las estanterías voceaban su desbordante
orfandad poseídas por un certero síndrome de abstinencia. Un verbo machacón y correoso
percutía su gimnasia evolutiva sobre el tenue parche de la soledad
existencial.

Pena de todos los sabores: tóxico, agnóstico y andante. Por el monte, bandadas de psicólogos confesos,
partidas de enigmáticas dentistas; una sombra del mundo en cada personaje, cada uno con su libro de bolsillo
en el bolsillo. El Arte se cargó la civilización a base de nutridas performances. En un cuadro de Rothko
estaba escrito que el tiempo solo tenía cuerda para una breve y borrosa eternidad.


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