Imagen,
física aplicada al pensamiento. La palabra se confabula con cuanto espejo
situado en las antípodas
del
pensamiento; en el tejado de la imaginación hay una confusión de pájaros
osados,
un vaivén de cariñosas hojas canadienses. En el camino hacia la sepultura, las rosas
vuelven la cabeza
para no
ver el sol, las losas del empedrado dibujan un corazón (para sí).
Ella es
el Ángel que todo lo desata, es la superviviente; ¿no tiene una visión por
debajo de los ojos,
un
escalpelo para abrir brecha en el brillo del estanque? Sus ojos mortifican
verbos
intensivos como trabajos por hacer, sus manos
atosigan
o abrazan según el sentido del viento y el silencio. Hay un silencio al sur que
no se compromete,
no asusta,
tienta como una caricia.
En la
imagen, el amor se ha acercado a saludar, casi no se le conoce
(casi no
se reconoce). Ella deshoja una margarita puesta de largo ahí por la tristeza;
pero el futuro ya fue.
Tan
diminuta en la palabra y sin embargo (y sin embargo). Tan gloriosa como una
rendición,
un
acabose, un estrellarse contra el siguiente cuerpo, la próxima fragilidad. Los
besos que dan luz existen en el verso,
son
como faros del eclipse, naves de un sol cegador. ¡Deslumbrante ballet de
arlequines!, la obsesión
por la
noche y sus portentos,
sus
elementos y su edad de luto (y su equipaje de azul). Subir al tren y dejar las
maletas en el altillo del vagón,
ocultar
otra cinta amarilla, no pintar un cuadro: hasta ahí, las tácticas del amor.
Desamor
y contratiempos; la eternidad discurriendo la forma de olvidarse. Quién no ha
soñado
con la
explosión, el regreso, il ritorno a
los sábados de gloria, las sábanas tendidas en secreto, aquella voz.
Se proyecta
un ciclo de cortos turbulentos en la pantalla de la luna nueva; fluyen las lágrimas
en una especie de acción,
flores desoladas.
En el arriate, una claridad profana se abre paso entre visiones posibles,
horada
la materia con su ejemplo, prolonga el beso turbio del ocaso a sorbos de
matemática jovial.
Hablar
de ella y tenerla entre las cejas, curvada entre dos mundos que se repelen,
compiten por verla
más
bella y más descalza, más oculta y más fiel. Su amor es un estado
de
hábito, su estado vibra con una música que no se deja herir. Ah, ella es solo
la costumbre de su ausencia,
solo la
forma, la silueta del aire que la dobla con pétalos de lluvia, ese lugar vacío,
el desierto que congrega a su lado
cada
vez que sonríe con ese estilo suyo de saberse y esa memoria ajena de no ser.
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