Colisión;
oh, Destiny intercepta otro ángulo del Verbo. Escucha a Masta Ace hasta la
médula,
espectadora
crucial de la lucha de flashes. Su mirada colisiona, ígnea, con alguna
línea
divisoria, el horizonte de la libertad, la masa arbórea o el cielo más allá de
Berlín. La trayectoria de un beso
oscurece
o puede oscurecer, difuminar, velar en un segundo toda una vida de alteraciones
psíquicas,
una
existencia en el corral.
Confundirse
de palabra e insultar al mensajero,
brotar
como una especie de peligro, una figura nórdica, la estatua moderna que saluda
al transeúnte con una leve
inclinación
–ojigi informal–, el androide
luminoso recluido en el palacio de los perros.
Serafín
profesional, su profesión de riesgo; se requieren
condiciones
y módulos profesionales, ningún oficio. El poeta observa angustiado la
metamorfosis,
esa
función coronaria (de corona), el cetro áulico y virtuoso (los nunchacos de un
monje shaolin). Ella ha liberado
su
conciencia en un desprendimiento subjetivo, el pudoroso reto de la aceleración.
Cuesta
abandonar
la variedad del todo e incorporarse al sordo anonimato.
Descripción:
Destiny
saltea la comida –especialista– como una muchacha hindú; qué bien le sienta el
sari, el círculo en medio de los ojos.
Qué
bien le sienta la comida, la estadística, el pelo recogido en una mecha
incendiaria. He aquí su estatus,
su
meditación sobre la climatología y el éxtasis, el miedo que hace falta
tener o
no tener. Una cometa vuela.- En el
Parque, las cometas son seres necesarios, vehículos de un mundo paralelo,
obtienen
realidad
en diversos caladeros de acontecimientos sensibles; el sentido: las cometas son
objetos del color,
atareados
pájaros sin claxon.
Ahora la ciudad está debajo de la
tierra; bajo la tierra hay una biblioteca y un economato digital, suceden
inundaciones
(pero no de luz); catacumbas con vistas al quinto Paraíso. El poeta ha
instalado en las galerías
un
sistema de sonido, altavoces y cosas de los miércoles,
también
cosas de antes, cosas de los fines de semana.
El
poema suena alto y no se entiende: mucho mejor, de los libros
escapan
insectos poderosos. Los milagros nacen de la prevención, no del misterio, y
alguien lo ignora
minuciosamente.
Las miradas se chocan como coches de choque, meteoritos, gente ajena, el sol es
una feria, el calor,
un mote
puesto por la sombra. Los párpados concluyen que el amor rueda una secuencia de
repetición;
¡qué
monotonía del camino después de medianoche!
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