Destiny
y Angel (Haze) –Gabrieles;
Instructoras.
Ellas que vieron florecer el hongo tras el paisaje. Ellas
como divas
del pop: así como Anne Marie,
pero
más como Janelle. Se debilitan, han contado con la diversidad, errado su
ansiedad liberadora. Son
partícipes
del milagro, que en ellas aumenta y se visibiliza.
Derribar
una muralla a desengaño limpio, suspirar contra la piedra. Esto funciona igual
que una representación,
ríos de
lava animan el cuadrante, nubes líquidas capaces de liquidar una vasta Región
O,
borrascas
repentinas sobre el cuaderno (y la fotografía de un lince): devastador.
Derribar
una muralla a golpe de secreto, a brazo de mar. Destiny abraza mejor que nunca,
su
cuerpo destila expectación, naturaleza y biografías ejemplares, su aliento
comprende
la flor de tantas mariposas, engrasa las válvulas del mundo. Pero Angel ha cometido
un milagro
sin
esconderse por ello, sin recelar, cero arrepentimiento,
cero
responsabilidad. Han ardido las páginas del libro, de pronto se han consumido
la melancolía
y su
aparato legal.
Angel
H. monógama y segura, una preciosidad a la altura de la altura, a la sombra
de su
monstruosidad aleatoria. Su piel bajo la línea del horizonte, bajo la lluvia
que cala los huesos y las risas,
ventila
torreones de arena, escala segundos entre lunas distantes.
En la escuela aprendieron a
desenvainar efímeras espadas, a pelear por un estado de conciencia,
a vérselas
con dios. Hay estandartes, púlpitos aferrados a la tierra. Custodian un espacio
vacío, centinelas del aire. La guerra
es su
venganza, su contraseña es el arte, su palabra
pasa de
mano en mano, una perla en el tiempo.
Destiny
perdida en la bohemia de la selva, la antesala del bosque arrollador, el Parque
místico;
ha sido versificada,
besada
en un portal inundado de sangre; sus hombros han temblado como palomas blancas,
sus labios dicen siempre
por una
sola vez. Es su lengua francesa, su boca de fresa, el néctar que reúne la furia
nacarada
de su hambre.
Patina en
el espejo el verdadero amor, rabia su turno en el columpio, espera la dulzura
de Los Ángeles, una primavera
artúrica,
polvo, sudor y máxima atención. Un genio matemático ha rescatado
para el
futuro el debut, la ópera más sórdida de Nova Rockafeller.
Y ellas
bailan sin recato, ajenas al efecto excesivo de su encanto, intactas como
pérfidas estrellas.
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