Se agota el pensamiento, construye un paradero bajo el mar, a ese nivel. El Parque
ha
fracasado como nuevo demiurgo. Jordan no ha resistido la presión, su palabra es
un hecho como fuera
un
recuerdo, una sensación de hastío. Su palabra construye un palacio cada día, un
ala mágica
donde
perder el sombrero, hasta la sombra, donde perder el anillo; y la voz.
Todo se
piensa dos veces: así suena la filosofía, haciendo eco. Los héroes han
verificado el apocalipsis en las hojas del té,
han
suprimido la eucaristía del programa festivo, llevan armas contagiosas,
forjan
espadas de hielo. La naturaleza es parte de un animal biónico, espectáculo y leyenda.
Dicen
que es necesario entonar un himno vacilante,
corretear
por la vereda que asciende; Jordan lo hace como una Princesa con su bolsa de
papel café. No es que sea
claramente
una Princesa de papel couché, le faltan varios grados de color para poder sentarse
al
fondo con propiedad y gloria, para ser bienvenida to the Colored Section, el territorio del KRIT. Es preferible
conformarse
con un hatillo de escritura, dos libros en peligro; llevarse un poema a los
labios es preferible a comerse
un
helado a la salud de Georgia, el poema es el anestésico por antonomasia,
te
congela el estilo y lo patenta después.
Al
menos, el Parque refiere un momentáneo oasis de literalidad, un paso de baile.
Las chicas actúan
como íntimas
detectives, libran verdaderas batallas introspectivas, mienten sin aflojar el
ritmo. Buscan la rima
kilométrica,
la más promiscua y susceptible de, en armonía, realizan sus cálculos,
presas
de un hábito
fugaz.
Jordan
echa humo por los ojos, fuma de rabia,
localiza
un parche y se lo enchufa a la mirada; es de noche y las estrellas funden áreas
monumentales
de cielo inexplicable. Es mejor pensar en todo lo que ocurre (por duplicado),
asistir a la metamorfosis
de la
realidad, abrir al azar el último volumen, leer de abajo arriba y encontrar el
sentido de la historia
–profecías
y arabescos geniales–, la parte del poema que no le pertenece a nadie.
En palacio,
está Janelle, sostiene la comba en la palma de la mano; hace tiempo que bajó
del autobús.
Jordan
la observa por la mirilla del sueño, apunta a la diana de su corazón,
canta
como ella, pero el aire se niega, y el espejo describe
una
imagen demasiado imprecisa de su admirable tristeza.
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