Charlan
y la entrevista es formal, casi profética, se conceden palabras
como
premios gordos que sobresalen entre el magma de interrogaciones. Oh, no se
equivocan, repasan la poética,
la
escena, el rango estrafalario, a sus ojos
olímpico
y redondo.
El árbol
se ha tatuado un corazón; pero el Parque se ha negado, se ha desdicho de la
cultura y sus aberraciones
legales,
su contemporaneidad. Aquí,
Jordan
habla con Gris, de sus labios emerge un idioma nativo. Ella interrumpe a los
escritores,
junta
sus manos, arranca briznas de hierba,
fuma y
salpica todo con un aerosol
espiritual
movimientos espasmódicos, típicos de la medicación interrumpida
(zanjada
como una conversación interesante).
Cierta
poeta esencial observa que no todo es poesía
y
consigue un buen poema de ese modo, contrarrestando. El caso es ir en barco (y
etcétera),
navegar
un buen trecho sin rumbo suficiente, ser monitorizado por alguien. Existe un
radar
literario
que no funciona a la perfección, que no funciona
más que
con Ferdydurke y sus notoriedades. Algo que te masifica y te derruye y te paga
la contribución de manera
que
quedas acuartelado en el mainstream, derrotado por una copia
calcada
del peor paraíso imaginable.
Jordan
habla y Gris escucha con los pelos de punta, exterioriza una afición carnal,
canina,
un
animalismo provechoso. Entre todo ese horizonte tan vernal, las vías comunican
plazas incomunicadas,
celdas
acolchadas, pasillos en orden. Puede atisbarse un campo de amapolas regado por
la noche,
mordido
por una punta de estrella.
La
poesía se incorpora al sonado epitafio terrestre con magnífica
disposición,
estremece sus bracitos cortos, obesos
y salvajes,
parece tan histriónica haciendo ese
ridículo pegajoso, para horror de los beatos beatificados por el Arte.
Y
Jordan que escribe en inglés (y que se jodan), pero le sale un spanglish
de
estropajo con su lengua de estraperlo, una resurrección indemostrable, Ángel eterno
que se ha reblandecido y muere
en un
extraño de la literatura.
Bansky |
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