domingo, 17 de junio de 2018

mundos que son legión


Repatriación. A veces, la música no concuerda con el ritmo acrobático del verso, a veces el Parque
conecta con un término hostil, se recrea en su principio de mediocridad, aparece como un arpa en medio de las ruinas
de Alepo. A veces llegan hombres con un pasado en la maleta, mujeres con un ayer en la estacada,
niños y niñas con el futuro demediado por un creador ambulante.

El Parque se ha puesto pesado con la Luna y sus nocturnidades, ha relacionado un par de sendas
prohibidas horneadas de humo ritual (porque, ¡peligro!, se fuma); los niños que se pierden, las niñas que se encuentran
un muñeco de cera con la cara del KRIT. Es un lugar honroso donde morir de pie; Jordan no se ha muerto de un ataque
cardiaco, aunque le hayan partido el corazón. Ahora se ha vacunado contra la malaria en un sótano
art decó de la Avenida, ella, que es orgánica y sutil.

Salud y medicamentos de compañía, caramelos para la voz, grajeas para el mal de amores, grata poesía baja en calorías
para el colesterol. Una décima espinela es poesía sin colesterol, por más que atruene su primera
persona, tan sufrida. Aun así, se fuma lo que se puede, a todas horas el aire aporta una coraza de ópalos
naif, una pústula abierta de la que emana el mundo.

Jordan ha hecho pie en el fondo por si la rima se esconde, por si vuela una mariposa de más o las moscas
colonizan un apuesto pedazo de fatberg. Y aquella voz, su voz resuena encantadora, semeja un desplante, el paraíso
diminuto de las débiles corporaciones, es algo corporal, como los lípidos, algo hipertenso como una pensión de viudedad.

A la Naturaleza el amor se le supone, el honor, el dolor también; viene al mundo un tropel inarmónico de protestantes,
chillan y lloran en el parque de juegos antes de bajar por el tobogán donde un ministro del señor ha colocado un cuchilla
oxidada. ¡Podrían haber nacido en un planeta de diamante! rodeado de soles enigmáticos, cierto sistema binario
con su cruda pulsión gravitatoria, su televisión de pago extraterrestre, su Partido Comunista Americano, sus perros
lobos y su ansiedad presurizada.

Ah, hay otros mundos –lo dijo Keats (o tal vez no dijera eso exactamente)–,  pero estás aquí,
en el Parque que es como un inmenso y putrefacto nivel de Katazyrnas supurante y fibroso; un espacio
simultáneo sometido a procedimientos extraordinarios de fascinación. Hay puertas que dan al Tribunal,
monjas que abortan sin pecado objetos diversos, encantadores mutantes, bestias de un solo bit, órganos pixelados. Jordan,
por su parte, ha engendrado una fortaleza equipada con rayos UVA, un palacio de métrica fractal
que se ha ido a pique con el alma entre los dientes.


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