Nueva
para besar, nueva en el cuadro, lejana y tan profana
de los
hechos, a kilómetros del arte. Detrás de las montañas, encaramada al radio de
la Luna como una mariposa,
supernova
de-portada, comunicando una distancia (no su nombre).
Las
páginas ondean como banderas azarosas, son barcos abandonados a la zozobra y el
protagonismo,
barcazas
orbitales, naves nodriza en el cúmulo de Coma,
postales
ajadas, desvaídas, con sellos sin valor. El libro no ha gustado: obra
de
caridad. El libro ha sido un éxito editorial, mausoleo lírico, algo
fratricida,
mas gratificante.
Cine y
dificultades, palomitas y versos, huesos
débiles
a mitad de película, posiciones ante la barra y el espejo. Al menos, el
dentista
ha sido
desterrado a otra dimensión plegada sobre sí misma, y su dolor intrínseco ha
sido
degradado
(junto a la flor más inexpresiva, la rosa mística
que
dirigía las operaciones).
Ni
profetas, ni órdenes monacales, sin campanas ni monasterios
curvos
a punto de saltar de sus casillas. Apenas ella con su vestido blanco, ajena a
la redundancia de las horas
perdidas,
a la reiteración malhumorada de la luz; ella es increíble, esto hizo: bordó una
estela en la noche que competía
con el
entusiasmo artúrico de Rigel. Pero, en el sueño, alzó
sus
manos cómplices hacia el perfecto sonido injertado en las nubes por el mar en
calma.
Ah, su grecia
estudiantil, su párvula
revista
y su avaricia privada –¡qué modelo de comportamiento!–, la longitud exacta de
la falda, la plenitud
moderna
de sus rodillas rubias, el aire sano que zarandea el cuerpo. Sin casa y sin
color
favorito;
acorralada en una fase REM, en una piel sin forma.
El
tónico glacial –el desayuno fresco–, como sin ganas ni talento que valga.
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