Duerme
la luz marciana de occidente,
el
Parque endulza su figura austriaca, el rosetón, la mancha de verdín sobre el
terreno,
sobre
el mapa arrugado. Como encontrarse una carta en un cajón, descubrir el pasaje,
la conexión
secreta
entre dos actualidades.
Cuando
declina la frontera, los cuerpos vuelan indiferentes a la magia y el concierto,
las personas
aducen,
espolvorean razones, cometen pleonasmos de origen, crispan la nómina de las
visitaciones,
la
novela corta en que se ha convertido la historia, el río y la velocidad
autónoma
del agua, el desencanto. En una palabra, existe
cierta alteridad, una condición absoluta, notas
de la propaganda cuántica.
Jordan no comparece, desaparece; ha
descubierto un mapa
de sus
sentimientos, marcado en rojo –en una palabra– con la palabra Amor. Detrás del
mapa, en la contraportada, un poema
doblado
sobre su propia mecanografía, una declaración insólita, el introito
completo,
la soledumbre mas aparatosa del mercado. Mundo aparte, el Parque se reduce
a la nostalgia,
un lugar de vacaciones con su playa vacante, su puerto
efímero,
su espigón. La materia del sueño es un camping de segunda categoría a rebosar
de gente; amén.
Gorriones
que hace tiempo no salen de paseo, no salen en el canto ni cantan en escena, no
articulan la sed de las palomas
ni
gorronean semillas, el maná o el incienso, pensativos como héroes
catapultados
hacia el ínfimo fracaso del ecosistema. Jilgueros actuarios, guerrilleros del
arte, solos
como
físicos nucleares, milenials
de
reparto dueños de una fraseología trasnacional.
En el cielo duermen los veloces
rayos, tramos de sangre
vacía
de promesas, cuencas desorbitadas, órbitas cerebrales. La vida se distribuye en
paquetes
discretos
de naturalidad, salva obstáculos con premeditada insensatez; ah, alguien flota
en la inopia del espacio
soportando
el bombardeo de un millar de ingenios por segundo, en su rama
baja,
bajo una lluvia de colores, la clásica trabazón de los significados.
Jordan
espolea a su amor, clava sus ojos en la falda lujosa de la noche, entonces
se
esconde tras la vencida llama vespertina, renace en una sombra que nadie ha
pronunciado y forma un purgatorio
con los
dedos donde queda enjaulado el hechizo constante de la aurora.
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