Es un
repliegue, un trayecto cercano a la locura, que desemboca. El ángel
dobla
las rodillas, se reedita hasta la parte en que pierde la razón. ¡Que
sacerdocio!,
la
locura. Tres corazonadas tuvo Destiny que la hicieron retorcerse y doblegarse,
caminar erguida
como un
águila en pleno vuelo, destronarse.
Un
ángel siempre sigue el círculo máximo, la línea más corta y más hermética, la
más intolerable, la que vincula y circunvala,
sigue
el latido del horizonte, se pelea con la sangre que inunda el cielo
mixto
del ocaso. Destiny sigue su ruta proteica, deletrea su encanto, hace gala de un
vocabulario
industrial
amasado en la deuda y la constancia. Ni un paso atrás. Sus ojos
trastean
con el aroma oscuro de la tierra perezosa del Parque;
porque ha
sido abandonado el radiante suelo de la naturaleza y hace falta barrerlo con
atención,
lujurioso
ánimo y asidua urbanidad, con dinamismo.
Volando
en un cometa hacia el cráter o la revolución, despareciendo en el límite de
sucesos de una singularidad
tan
inocente como solo pueden serlo (…). Experimentar: un estiramiento hacia lo
desconocido,
muerte
y seguridad. El multiverso cumple una clara función
familiar
en los sueños de la gente, ausculta con cara de póker; es la autoridad. Abre su
abanico
y cada posibilidad
vuelca su infamia en el cubo de la basura, su riqueza en el oropel retocado del
alba. Pero los ángeles
anuncian, perciben un angustioso número de historias, una serie infinita de
casualidades.
La
poesía insiste –aunque fracasa–
en asumir
la vorágine, acaso ensaya una instantánea complicada del entusiasmo
creativo
de la Vida, un pálido coqueteo con la cara oculta del mundo que no existe. La
palabra es: incompetencia.
Llegan los bardos aluniceros con la
crisma rota de tanto repensarse,
curvan
la traza del espacio concreto en que se remueven las ilusiones como un potaje
de segmentos
unilaterales
magníficamente delineados, cincelados con gusto y economía
tonal,
organizados en bucles de árido contorno y simplicidad expresiva.
Llegan
los bárbaros.
Destiny
ha colonizado una franja geológica, con sus huesos marinados y su ardentía
ideal. Anda
repartiéndose
por multitud de estaciones seculares, muchas almas; arden sus pupilas y sus
mejillas arden
de
esperanza, y sus piernas son algo menos que la luz, sus labios algo más que la
sed, algo que vierte
siglos
de agua en el páramo hostil de la memoria, ciclos de fuego sobre el pulcro
mosaico
del futuro.
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