sábado, 14 de julio de 2018

jericó


Jordan ha ganado una plaza de musa por oposición, Destiny formaba parte del Tribunal. Tenía
que producir un ictus emocional, una inspiración masiva en otro poeta del montón escogido al efecto, que debería
al punto forjar tal obra inapelable –demiurgo transitivo–, fusión sobrada de las bellas artes.

Obtuvo así el improbable bardo su codiciado oficio mensajero, su volante textual de título grotesco intraducible,
logró la bacanal perdida de las olas, la significativa explicación, el definitivo desacierto
corporativo. Ningún verso a la vista, fardo como La Caída, parto tan obtuso y romancesco como la vieja gloria de Saxberger.
El contubernio antipoético en primera persona bipolar. La ocurrencia
anecdótica elevada al rango. Una buena subordinación esquizo inducida por el consumo. Cosas
traperas, incorregibles, de donde no hay; Houston y sus problemas, la problemática de Everett tomo por tomo,
el cansancio derivado en su máximo exponente, es decir, la transición.

Ahora Jordan exhibe su insignia fracturada, poco áurea, su cachivache
oval en la solapa decana o en la carpeta del instituto al que nunca fue, en la mochila de aquel concierto prohibido
por las circunstancias. Se viste y se atraganta demasiado consciente de su nueva
responsabilidad para con la chavalería ávida y expectante, necesitada del maná simultáneo e ingrávido que proveen
los dioses a través de las cuerdas vocales del ingenio sutil que todo lo ha leído y no ha leído nada
(Keats en ciernes), que anula su cita con la posteridad al primer espaldarazo. Pero Jordan exhibe su fisonomía truncada,
su cuerda combatiente, bautizada en combate, cuerpo a tierra y hasta la raíz del sufrimiento.

Se ha escrito un disimulado acto heroico que casi podría desmitificarse. Un pequeño asesinato
dislocado como un cuello común, un hombro o un hombre sobre el que llorar o derramarse. El camposanto apesta
a lírica apostura, a confianza discursiva y talento homogeneizado. Es algo talentoso que te gentrifica de golpe y te alcanza
con parte de su energía matricial, un ente muerto y enterrado; como pulsar sin ganas el tabulador y sentir,
doméstico, el taladro malsonante de la poesía perforando el débil tímpano de los soñadores.

Artistas hubo que hicieron su labor, sus borrones en el mundo del espectáculo, transigieron con la Historia y sus esencias,
pues su poética –profetas homicidas y demás, muros de Jericó incluidos, apocalipsis incluido– tomó
partido por el aire y regresó volando hacia su propia, repleta soledad.



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