viernes, 24 de mayo de 2019

memorable


Niños de la gran novela, maltratados, malcriados, malos. Niños inocentes.
No por aquí. No ruedan los balones por la acera, nadie salta a la comba demasiado deprisa, ni se esconde sin miedo;
nadie es vapuleado en la intimidad del hogar.
Destiny juega a los dados con la ley y siempre pierde (cosas de la gravedad). El barrio
se retuerce: año cero.

Hay chicas en la calle, cansadas, calmadas –hadas…hadas…hadas...
Chicas que conservan memoria del futuro, se hacen respetar por el deseo. El sur ha dibujado una Avenida
tranquila, corriente(s) y tan espesa como un libro abierto. Los fantasmas la recorren, hijos de una ansiedad
faraónica e insuperable; la cuchara y la aguja,
el polvo enamorado color tierra, la tierra que se masca como un chicle pegado en el pupitre, el flash que representa el instante,
duele como una picadura de crónica nostalgia.

De pronto, la ciudad, sus edificaciones, el sufrimiento de los niños extraviados; ah, ese sufrimiento
literario que reporta ganancias, buen cartel, de los que arramblan con las dudas del mercado; entonces había
gente para todo. Esta vida tan dura y, sin embargo,
inaceptable, esta vida que destroza el mecanismo celeste con su ambigüedad y su lirismo
comme il faut.

Si Leonie es una mala madre. Lo es. Cuánta perversidad en una línea de diálogo, un detalle. El poema
pesa veinte gramos, le falta uno para tener alma (se lo ha esnifado Leonie). Las chicas del barrio
conocen el peso insuficiente de la eternidad, saben lo que es aburrirse
a las tres de la mañana, lo que significa no tener que ir a trabajar.

Escenas a granel; la urbe estrena área de castigo, un paisaje cegador, derruido en varias capas semánticas, la primera
formada por los pájaros que obstruyen la mirada, la segunda tocada por el barro
invisible que agranda los pasos de las sombras (la tercera, por la mano de dios).

Destiny cree que todo puede arreglarse con una pizca de mala educación. Es una chica dura
de verdad, de las que juegan al ajedrez en las mesas de piedra y recortan el aire con tijeras de humo, de las que fuman
dulces sueños y queman hasta la última palabra. Ella es la niña del cuento
que se olvida justo antes de nacer.



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