viernes, 10 de mayo de 2019

donde vive el terror


Trenes. Trenes…3 Tristes trenes. Nadie vive en el número trece, es un solar
que ahí se acaba el mundo. El mundo
termina a las puertas del campo, le pone puertas al campo, cascabeles al sol. La Avenida continúa, tho;
se vive en proximidad, en forma de Ω o en forma de ┼, en forma de ser. Vivir en la Avenida es una forma de ser,
un drama personal, seria concomitancia.

Los trenes empezaron a llegar desde un lugar al este o al oeste de Georgia, o de Texas, una carretera
secundaria salpicada en el plano de las improbabilidades. Incompatible con la escena
caótica del mediodía, la salida de la fábrica, el esfuerzo vitamínico obligatorio o cualquier música fúnebre
arrancada del asiento de atrás del conductor.

Es que había una fuerte demanda de carne para el perro.
Es que las fronteras habían demostrado su franqueza.
Es que las banderas tronaban en un idioma atronador.

Los himnos ondean su letra escarlata. Las palabras cortan, se cortan el paso unas a otras,
levantan muros de papel. En un punto ciego al final de aquella vía suburbana, un número primo impracticable,
vive el magnate de las pesadillas, un magistrado
sin ángel que reparte bombones y bombillas, estatuas y estatuillas, medallas y muñones para vivir a ras,
esparce por la altura toneladas métricas de encanto que alcanzan el suelo
como desesperadas balas de granizo.

Cláxones y montañas a la vista. Fondo de microondas y otros sucesos milagrosos, paraderos de escándalo,
bordes de perfil central. El prólogo se intuye, la sensación de pertenencia a un espacio histórico aún por definirse,
se presume una fiebre parecida al enfriamiento místico, a la resurrección paulatina que la suma poética
intenta por todos los medios, también contra sí misma.

Sin embargo, los trenes aceleran su ausencia, son de otro lugar y de otro tiempo, son para siempre
un transporte maldito, subterráneo, diminutas maquetas con sus revisores y sus maquinistas, sus riachuelos de sangre
a medio coagular, sus lobos hambrientos y sus gatos de Cheshire.
Hay una leyenda sobre el número trece, dice que allí vive el demonio,
que cada día sale a trabajar
y nunca vuelve.




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