Trenes.
Trenes…3 Tristes trenes. Nadie vive en el número trece, es un solar
que ahí
se acaba el mundo. El mundo
termina
a las puertas del campo, le pone puertas al campo, cascabeles al sol. La
Avenida continúa, tho;
se vive
en proximidad, en forma de Ω o en forma de ┼, en forma de ser. Vivir en la
Avenida es una forma de ser,
un drama
personal, seria concomitancia.
Los
trenes empezaron a llegar desde un lugar al este o al oeste de Georgia, o de
Texas, una carretera
secundaria
salpicada en el plano de las improbabilidades. Incompatible con la escena
caótica
del mediodía, la salida de la fábrica, el esfuerzo vitamínico obligatorio o
cualquier música fúnebre
arrancada
del asiento de atrás del conductor.
Es que
había una fuerte demanda de carne para el perro.
Es que
las fronteras habían demostrado su franqueza.
Es que
las banderas tronaban en un idioma atronador.
Los
himnos ondean su letra escarlata. Las palabras cortan, se cortan el paso unas a
otras,
levantan
muros de papel. En un punto ciego al final de aquella vía suburbana, un número
primo impracticable,
vive el
magnate de las pesadillas, un magistrado
sin
ángel que reparte bombones y bombillas, estatuas y estatuillas, medallas y muñones
para vivir a ras,
esparce
por la altura toneladas métricas de encanto que alcanzan el suelo
como
desesperadas balas de granizo.
Cláxones
y montañas a la vista. Fondo de microondas y otros sucesos milagrosos,
paraderos de escándalo,
bordes
de perfil central. El prólogo se intuye, la sensación de pertenencia a un
espacio histórico aún por definirse,
se
presume una fiebre parecida al enfriamiento místico, a la resurrección
paulatina que la suma poética
intenta
por todos los medios, también contra sí misma.
Sin
embargo, los trenes aceleran su ausencia, son de otro lugar y de otro tiempo,
son para siempre
un
transporte maldito, subterráneo, diminutas maquetas con sus revisores y sus
maquinistas, sus riachuelos de sangre
a medio
coagular, sus lobos hambrientos y sus gatos de Cheshire.
Hay una
leyenda sobre el número trece, dice que allí vive el demonio,
que cada
día sale a trabajar
y nunca
vuelve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario