Hay un problema con la fiesta de la poesía: nadie se
presenta.
¿A quién se le ocurre? El Parque ha despertado
cargante, paletadas de carbón
sobre el rellano del piso, nubes de polvo en el
portal, pequeños animales haciendo animaladas,
cruces herméticas, cruces de barro,
cruces.
Hay un problema con la fiesta de la poesía, que no
se reconoce. Ni siquiera el Ángel acude con su cítara
promiscua, en su carruaje de hielo, ni un versículo en
forma traspasa el vano de la postración intelectual, tampoco un verso
enfermo, desmejorado, un verso con la peste, leproso
y apestado,
contrario a las buenas costumbres, ni un verso
hermoso y transparente, ni uno solo.
Ahora hay una reacción popular; las chicas miran al
cielo entre bocanadas de humo y otras aspiraciones
ilegales, forman grupos incrédulos en la oscuridad
de la mañana, bajo el espíritu del aire;
su miedo es tan ecuánime, tan realmente neutro y tan
real, terror en blanco y negro, como las noticias
tristes de cada anochecer.
Las chicas han bajado a la calle. Viven en un recodo
de la calle, su calle
es extraordinaria, es un cuento de hadas
originalmente escrito por el Ogro; oh, seres poderosos de alado perfil,
alas grises como de paloma, rostros como de muerto,
inspiradores.
Pero un verso emerge, raíz inversa, potro de
tortura, habitación gigante; es un rato
largo, un rato malo, un retrato infeliz, ah, se lo
tiene creído. Destiny ha burlado las aduanas,
lo trae agarrado por el cuello rechinante,
arrastrando el sonido de la tentación, la doméstica forma del engaño. Suena
como una balada, con ese mismo poder disuasorio. ¡Es
Anne-Marie! –exclama alguien.
No lo es.
Hay un problema con la poesía, que no es una fiesta
ni una proclamación, ni entiende
de promesas violadas. El Parque tiene la culpa de la
radicalidad y el crimen organizado, de los asesinatos
cometidos a la luz de la luna, actos románticos y
otras especulaciones futuristas.
Nadie baja a la calle a la hora de la verdad, nadie
cena entre cuatro paredes, las sombras son el refugio y el cañón
de la emboscada, la ventana al universo, el palco
desde el que se asiste
a la cruda representación del estoicismo.
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