Detrás
de la pobreza hay un estilista en ciernes captando el medio con su lente
humanitaria.
Al contrario, hay quien acapara síncopes y penalidades, borda collares con la
rústica esencia del amor
–pero no
se los pone.
El
hombre ha muerto en la ciudad, el hedor puede sentirse, acompaña como una
purificación
sangrante;
la farsa ha terminado, sus huesos
han firmado
la paz con una cruz, su fisonomía ha transmutado en arte efímero, arte hueco y
vertebral. Nada
sucede
en torno al método establecido por la naturaleza,
su
física palmaria, su extraordinario índice de casualidades.
Aparece
la tisis con una parafernalia,
excesiva,
de argumentos. La lente agranda el sufrimiento ajeno, aumenta la porosidad de
la materia,
la pluma
ya berrea, tiembla de pura expiación.
La
ciudad masca tabaco barato que ensucia las encías, horroriza a las madres. Solo
hay un compendio de grasa,
positiva,
una contaminación
pausada,
procesada en ambiente, la engañifa económica y su manto de estufas de leña,
bidones
armados con
fósiles de la beat generation.
Vamos a
suturar en vivo, a cazar saltamontes. La cazuela vacía, sobre la mesa un cuerpo
que
sacia el espíritu condecorado por la nobleza académica. En la puerta del museo
los pobres y los cojos, tipos
de
interés que fingen una distorsión; el mecanismo del arte a pleno
rendimiento,
funcionando a base de viveza cultural.
Ahora
los ángeles obran en la ciudad, mueren en cualquier parte, su humanidad
revienta
el cielo de fracasada nostalgia, sus alas crujen bajo el peso de la fantasía.
La gente les teme
por su
implacable capacidad poética, el grado sumo de plástica impaciencia; cuando
aterrizan, la tierra gime, los árboles
teorizan
el destierro, alzan sus raídos sombreros de copa.
Detrás
del arte siempre hay un mendigo pidiendo alegorías, cartas y mendrugos,
piñones
y zapatos de charol. Siempre una muchacha entregada a la causa del hurto, al completo
desarraigo y la inanición:
sus
muslos que aprovechan el tirón de la página siguiente, su rostro
que madura
a pesar del espacio inundado de luz, precisamente a salvo de la luz,
dividida
su sombra en dos líneas quebradas de horizonte.
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