sábado, 24 de agosto de 2019

juan ramón en la gasolinera


La poesía es un plan arruinado a conciencia,
el puto grano en la nariz (gajes del oficio).
La poesía es un gen recesivo, el plano del cofre del tesoro,
es el mapa turístico de un cuarto menguante;
¿acaso no ruge por boca de profetas?, por boca de profetas profiere blasfemias y restos de sabiduría,
miente sobre el amor con su boca gigante.

Pero el poeta se pone serio (porque le van con el cuento).
Bah!, si aquí le tiran piedras, las chicas
se ríen, y está bien. Aquí concurren condiciones adversas para el amor, no se dan las condiciones, hace
mal tiempo para el amor, por eso existen
ángeles de sobra, por eso todo-el-mundo-anda-enamorado.

El amor se desluce en el encuadre, baja de la montaña
lleno de barro, las botas sucias, los ojos negros de tanta media luz. Y el poeta
redondea las cifras del amor con números reales,
acuña el área del círculo máximo de sus aduladores, quema sus raíces.

El poema ha nacido con una malformación,
no rima con la rima ni la glosa, se reinterpreta, ronda la soledad prosaica del testigo, su fundamento
legal, forma remolinos de angustia, se pega con Juan Ramón Jiménez
si hace falta.

Sensacional, ha ocurrido el milagro, la transgresión ha arrojado
sus frutos: la amargura correspondiente, la sangre que resbala por la barbilla,
mancha las manos e impregna el aire de pálida sustancia.

Bajo ciertas estrellas el amor se pone interesante, dicta tres o cuatro buenos versos,
graba una cinta de grandes éxitos para la gasolinera
abandonada, es tan embarazoso como un poema, tan pulcro
como una rosa en la baranda.



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