Gente que saca a pasear
su sombra como si fuera el perro; el sol aprieta, devorador,
paso a paso, la gente se
desvanece. En la ciudad, la madera
se resguarda, la hierba
siempre está acatarrada. Demasiado
humo, demasiadas almas,
demasiada tierra bajo el asfalto, un ejército de camaleones, una turbiedad
en los negocios. Los
rayos solares acumulan un retraso
despiadado, este país
hecho a los incendios y los huracanes.
El Parque aparece a la
vuelta de la esquina, es gigantesco como el Vorrh, también
electrificado y sometido
al imperio ferroviario en sus estribaciones. Donde haya una extensión
meditativa, tiempo para
el soliloquio y la bifurcación,
constancia para
acercarse a la mente de los animales, donde haya conciencia.
Dicen que en bosque hay
ángeles, son surfistas de la negación,
funambulistas del medio;
su equilibrio es necesario para la obra. Y la obra es un camino
hacia el corazón sin
techo del esclavo, un extracto de pobreza,
la obra no se ducha
desde hace una semana, no come caliente desde hace tres días, no sabe lo que es
dormir de un tirón.
El poeta se ha tomado la
medicina con agua de la fuente, espera a que el primer
balcón quede libre para
encaramarse y observar. Su contemplación
es revolucionaria, su fama
se proyecta en una nube de retrovisores.
Ah, Destiny® ¡claro que
existe!, desnivelada pero entera, hermosa
como un barullo a la
puerta del comedor social, desterrada del cónclave. Ella pone un plato en las
manos
del hambre, silba una
melodía de mil años, edifica un pensamiento
para recreo de la fauna,
finge ignorar a las flores.
En el cine del horizonte
echan un infinito The End (sesión continua).
El Parque ha engullido
los últimos barrios románticos, se ha colado en el ser de la materia y estalla,
crea un nuevo universo a
cada latido de sus ojos abiertos. Y los ángeles nacen
como en un nido de
ángeles y se burlan del cielo que divide la noche
en rombos y diamantes.
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