miércoles, 9 de octubre de 2019

perderlo todo


Destiny lo tiene todo:
su color de piel, su estampa favorita, sus ojos
–galvanizados ojos–, su red. Cuando inspira un poema, ella lo escribe,
cuando avanza su mano la suavidad del gesto, el extremo
incierto de su tacto, la clara violencia con la que tuerce el hueso del silencio
y grita. Cómo recrea un espacio de silencio, una frecuencia dormida.

Su color de piel escapa por las callecitas alegres, por el arenal, acelera el movimiento de la boca,
atruena el corazón su latido extenuante. Siempre se escapa por la ventana
abierta, sale a campo abierto,
brota hacia la luz.

Musa, su trabajo discontinuo en el circuito del flow, su oficio
experimental. La magia y el milagro, dos caras de la misma tormenta
que vuela y se consume. Música milagrosa sobre el cuerpo del incendio; otra clase de forma,
otra forma más audaz, más lógica, analógica. El verso se contradice, cabalga
sobre una ráfaga de puertos seguros,
una gramática irracional.

Destiny lo pierde todo, se hace un lío, es un cruce de caminos bajo el ático
dulce del sol, bajo la roma sonrisa de otra luna llena
–exagerada luna–; la suerte agrada a los de siempre, salta por la ventana como un gramo de miseria,
escribe fácil, escribe lento, agradece el aplauso de la corte.

Hay una luz que a duras penas dura lo que dura un cigarrillo,
es una luz tranquila que lleva el paso triste de un perro vagabundo;
lo tiene todo: el alma, los cubiertos de plata, el genio de la lámpara, la pulcritud, si respira,
la sombra reconoce el trato,
escupe una promesa  y se retira al fondo de los labios como si fuera un beso
arrepentido.



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