Existe una
responsabilidad maestra (nuestra), cada uno es responsable de su necedad,
de su necesidad
arrolladora, de su apisonadora
racional, su abolladura
emocional, su arbolito y
su plantón.
No todo el mundo puede
ser como Ari Lennox: mundo inimaginable.
Ni hilvanar una historia
corriente está al alcance de cualquiera (otro poema, sí).
Circula vaporoso el
pensamiento, entremuere a la sombra de una oscuridad radiante: ella mantiene su propio
puesto de guardia a la
vanguardia de la oscuridad, camina como una gacela
ciega, pisotea el
jardín.
Al Parque llegan las
almas,
pobres almas, con su
irracionalidad y su (mal) comportamiento. Su pasado es monumental, el arte
colma sus horas vacías,
los años tendidos al so(u)l, su R&B. Por eso la música
languidece en el caro
meollo de la urbe; en los corazones, nadie canta con el aspaviento y la fatalidad,
el péndulo vocal que empuja
a las leyendas. Sobre la hierba,
una vocalista (ella) condecorada,
cruda su voz, hundida hasta los ojos en el humo de la composición,
compuesta y sin odio.
Entonces, ¿quién se ha comprado el sueño
del amor?, ¿quién las mañanas grises de cielo azul
celeste? Amanece y el
horizonte se muestra
insobornable, permanece
inopinadamente sólido y furioso (su corazón de piedra), es parte
del paisaje y parte del
futuro, su momento es el aire que se respira con rabia.
Decimos que el aire se
ha vuelto peligroso como un color blanco,
la pintura de un niño,
el sol contra el espejo, ese tipo de presencias decorosas.
¡Oh, quién será
responsable del milagro y su actitud
consciente! Ahora el amor
puede ser desmontado en sus componentes electrónicos,
puede ser despiezado en
la carnicería, filosofado en la taxonomía, pero suele testificar ante un
tribunal injusto:
inocente de todo nuestro
aliento,
culpable del silencio
que precede a la gloria.
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