RgM tiene el pop; ¡ah, que los poetas no saben lo que es!,
glorifican una belleza protocolaria, lo tienen delante y
no son capaces de reaccionar.
Son reaccionarios o qué.
Esa cualidad independiente, insobornable, más allá de la
pura
fotogenia y la responsabilidad. Ella es responsable de su
plano, obligada ante los observantes,
la aristocracia del píxel y la vida nocturna, los búhos
que barriobajean al anochecer.
Sacamos una fotografía en las antípodas del selfie y la
foto coral, contraria
al retrato esencialista, es una operación innata
y nada grácil, pero entraña una pose
irrenunciable, categórica, regia. Como frente al pintor
de cámara, frente al pelotón de fotógrafos
japoneses aficionados al reportaje tenaz.
Reclinada, inclinada como una torre enferma o un concierto
de rap, como una bailarina
de hip-hop –Logistx aterrizando
sobre su encrucijada de silencio, enluciendo la sien de
los cristales.
Los poetas no saben lo que tienen delante, obran una
belleza
ortopédica (poética), contribuyen al eco general de la tecnología,
tan profundos como dos
dedos de agua: seguidores.
RgM tiene el pop y no le importa, si vuelves a mirarla
–¡date la vuelta
y mírala!–, si adivinas sus ojos entre el fuego
cruzado de los ojos; oh, es ocioso decirlo; sale
favorecida y es bastante
sale todo labios, toda sangre, interpreta una figura ecuestre
bajo el cielo lunar ensangrentado
y sonríe en cada letra de su nombre.
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