Ni mar ni montañas que se precipiten
al mar, ni mundo verde como un kiwi.
Ni
asesinatos políticos ni fama.
Ni
Hombre al que admirar ni bandas por la calle.
Ni
droga en los pasillos de la facultad ni perros policías.
Ni
estilo que imitar ni radio que te suba la temperatura.
La belleza se ha tomado unos días
de descanso (asuntos propios); en la piel se siente ese
deterioro universal, semejante autonomía. RgM ha
comunicado
su renuncia al trono, su belleza es tan entrañable que
solo obedece a las estrellas,
se abanica con la letra
pequeña
del soul.
Intérpretes y otras cualificaciones, otros trabajos que
desempeñar
(incluso) en el monte de piedad. Ni monte de piedad. Ni
verdes colinas verdes como plátanos, grandes
manzanas sin antídoto. La voz es la belleza, la música
es. Nunca será posible
recuperar el frío que hace.
Tomar distancia se impone, poner distancia de por medio,
something galáctica, impresionante. La industria paga las
almas al contado; hay
una compraventa de materiales jodidamente personales, un lustroso
mercado de esmeraldas.
Vacante la silueta del reino, la sombra de una sombra
apenas
enunciada, carne en el espejo. En la sábana santa, sucia
de tanto amor, se proyecta
la revolución. RgM aparece con todo su elenco victoriano
–toda una misericordia–, bella como un pájaro muerto,
témpano entre unos labios
que se precipitan al aire.
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