lunes, 24 de febrero de 2020

algo de luz


Tu nombre que se agita en un ayer gigante,
tu rostro componiéndose en vísperas del duelo,
y la bendita rosa de tu pelo
condenada a su mística fragante.

Tu mano, idolatrada por el cielo,
ordenándole al Sol que se levante,
al silencio que cante
y a las altas campanas que remonten el vuelo.

Cuántos versos se estrellan –cuánta luz se equivoca–
contra el papel intacto, en tu mirada blanca,
sin saber ni qué hoja de tu libro les toca,
ni qué beso la arranca.

Tu verso, que a Calíope desbanca
y el cetro de los Ángeles derroca;
hay una eternidad en esa rima franca,
en esa zona franca de tu boca.

La pluma que describe un cataclismo
con trazas de opereta
y luego traza el círculo polar que la encorseta
(por no decir que atrapa el mundo mismo).

La pluma que tus sueños a ciegas interpreta
con diáfano hermetismo,
como si recibiera su bautismo
de fuego en la trinchera del último profeta.

Tu nombre pronunciado en una lengua extraña,
del revés en el agua y los espejos,
sembrado en la raíz de la montaña,
como los pinos viejos.

Tu mano en el paisaje con los demás reflejos,
un destello fugaz que te acompaña
y eternamente baña
la sombra que proyectas a lo lejos.


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