el corazón que te descorazona,
como una rara y única corona
expuesta en las vitrinas de tu Louvre.
La familia está ahí –campo minado–
purgando su azaroso beneficio,
sacándote, metódica, de quicio
con el método opuesto al adecuado.
Tu soledad al fondo de ti misma,
detrás de la palabra, prisionera
en una cárcel que te deja fuera,
porque no te encarcela, te ensimisma.
Hay gente que transita tu mirada,
gente que se destierra entre la gente,
gente que está a tu lado y está ausente,
gente de la que nadie sabe nada.
Estás sola en el mundo, así naciste,
como una Reina, un cisne negro, un sueño,
diamante sin tallar, alma sin dueño,
tan pura que no sabe que no existe.
Qué solas las mañanas, la Cartuja
qué sola alza su piedra virtuosa
sobre tu soledad, losa por losa,
sombra por sombra, aguja por aguja.
Tu frágil mano que se torna fuerte,
que ilustra privaciones y tormentas
y a la mano de dios le pide cuentas
por no pedirle cuentas a la muerte.
Extraña soledad, huérfana extraña,
una chapa de zinc, un sol de hielo
colgando de la luz, sobre tu pelo
como una vieja lámpara de araña.
Sola y desangelada, solamente
por un cielo distante protegida,
en grave riesgo de vivir la vida,
cautiva de un futuro omnipresente.
Tu soledad, contigo y a tu zaga,
dentro de un enigmático acertijo
rodeada del mundo que predijo
y de la viva voz que la propaga.
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