sábado, 8 de febrero de 2020

el eco de un beso en el vacío


¿Cómo suena el amor en un espacio abierto,
en el olvido, la Historia, la niñez…?

             suena como un pajarillo
             como una caja registradora
             como una campana de plata

En el gran vestíbulo emergente, súbito como la estación de Bucarest,
alto como una catedral, a la escala del máximo horizonte, el amor suena a vértigo y banda sonora,
a Nicholas Britell, una rosa de leyenda en medio de la farsa, un geranio en su abrigado
balcón, en su amargura y su confianza.

D® asomada a la barandilla del aire,
mirando por la mirilla del aire,
mareada y feliz, enamorada como una mariposa en el estómago del hambre,
coronada en un cuadro de Basquiat. Así reina su espíritu
risueño, de sus labios así mana la saliva golosa; así, su respiración
detenida en el tiempo, dibujada en el tiempo como una amapola salvaje, ese rojo cárdeno y tangible,
ese aliento de leche prematura, esa bomba de luz en sus ojos salados.

Ya se escucha el estruendo de la boda, la sangre de las bocas,
el sudor frío de las curaciones, la noche que viene cayendo como un telón de acero
sobre los manantiales, los gatos que cultivan el lenguaje estirado del asfalto.

El amor que resuena cuerpo a tierra, rostro desfigurado, ropa hecha
jirones, suena a luto y corazón espeso, meticuloso, como  loco de remate,
organizado como una suite francesa, físico-y-real.

El arte ha deslucido
su espectáculo, ha rodado por la pendiente del vacío perfecto, ha besado la mano de dios. El Ángel
ha besado el registro cambiante de una estrella suicida, su melena
tan íntima como la primavera que retuerce su nudo de silencio,
húmeda y cercana. Así suena el amor.



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