El mundo es el final de la belleza;
todo lo que no existe, eso es el mundo,
toda la luz que cabe en un segundo,
toda la vida que a morir empieza.
Bajamos por las anchas avenidas
con los puños en alto, somos bellos,
nuestras vidas importan, nuestras vidas
importan la mitad que las de ellos.
Decimos la verdad, no nos callamos,
alzamos los martillos y las hoces
porque somos obreros de mil ramos
y llevamos la sangre en nuestras voces.
El mundo es el final y es el camino,
la vía que recorre nuestros sueños,
por él viajamos solos, sin destino,
contando el tiempo del que somos dueños.
Nuestro arte es la piel, negra y perfecta,
bruñida por el sol en sus talleres,
la inmensa claridad que se proyecta
desde nuestro taller de amaneceres.
Bordamos la bandera de la forma,
somos una manera de otro modo,
nuestro verso se sale de la norma,
es un silencio que lo dice todo.
El mundo es el final, la luz se para,
todo lo que no existe, la hermosura,
aquel vivo color que el cielo alzara,
se interna en un convento de clausura.
Llevamos la razón como un escudo
contra la eternidad y sus chantajes
y se nos hace en la garganta un nudo
de tanto descubrir nuevos lenguajes.
Son gajes del oficio, nuestro oficio.
Artesanos que somos de la pena,
prestamos por amor este servicio,
lo nuestro es trabajar por cuenta ajena.
El mundo es el final y, ciertamente,
parece de verdad cuando es mentira,
cuando no existe sino en nuestra mente
y solo en ella eternamente gira.
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