De extremo a extremo, la Avenida se pronuncia sin número,
innumerable y caótica; los autos son el problema: coches
fantasma. La ciudad
crece vertical como un monolito, una pirámide, un puño
levantado.
Recorrer las calles resulta
tremendamente impetuoso, es un reflejo como el de la
rodilla bajo el martillo
terapéutico, el calambre infantil de impulso estético,
la corriente alterna, su majestad el Electroshock.
Ángeles patrullan las intersecciones e interaccionan con
la población,
sus apariciones marcianas se cuentan por desastres
naturales, por milagros
y asesinatos múltiples. Será porque sus manos son de
hierro forjado y sus ojos despiden
munición caducada, y sus alas se abaten como
katanas de Hattori Hanzo.
La policía está para el espectáculo del abuso
de poder, su bullying para todos los públicos, su racismo
y su libre xenofobia. Xenocidas como Ender,
agentes de la realidad.
Virtualmente, el poema resiste en su divisadero,
proporciona excusas deficientes, sigue abierto hasta el
anochecer, es la expendeduría, estación termini
del contrabando y la filantropía mal entendida. El verso
quema entre las manos,
conduce a una experiencia cercana a la vida de las
plantas.
Deprisa y sin mirarnos en los escaparates
apedreados, sin reconocernos en el espejo del tocador, nos
adornamos con el maquillaje
de las estrellas; oh, cantamos victoria afónicos y todo,
aun escupiendo sangre,
cantamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario