Todos quieren cantar con Lucky Daye, es el Cantante de
Góspel. En la calle brillan los colores
de la nación, amanece un séptimo día cualquiera y las
aceras
van a llenarse de pisadas enérgicas, zapatillas azules y
blancas, grises como un cielo
pesimista. Hoy, los letreros luminosos aparecen cegados
por una luz
superior, se produce un contraste medicalizado, hepático.
Miles de personas poseídas por un viejo cansancio,
partidarias del ajuste fino de la justicia
social, aquel presentimiento. Miles de bellezas
individuales contenidas en un sola idea, un vistazo al infierno
de la realidad.
Estamos destituyéndonos la ley, desarmando a la policía,
desamando a nuestros amados dioses. Solo queremos Ángeles
de belleza inocente, seres
limpios y capaces, ávidos corceles galopando llanuras
industriales, nuevas voces felices como el eco del vacío
verdadero.
Ahora, el Ángel ha contribuido a la ortodoxia, ha mortificado
su imperio,
rodilla en tierra, ha servido a la comunidad. Ahora
leemos los libros importantes,
los poemas de barro, atendemos a la Historia y sus
procesos, combatimos al ritmo de la filosofía.
Sonreímos a la placa base del sistema, hemos permitido
un acceso directo a la verdad, soñamos con el vértigo y anotamos
versos de Emily D. en las firmes
columnas del índice nikkei, destacamos entre el polvo de
las revelaciones;
nuestra fortaleza es un cartel amarillo, una estrella
insegura, nuestro color es el aire,
nuestra respiración oscila entre la salud y el protocolo
del apocalipsis.
Entonamos a coro la vecindad del fuego; todos queremos
cantar. Todos somos
conscientes del próximo milagro. Esta mañana somos miles
en el mundo. El futuro
será nuestra canción del verano.
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